Prefiriendo la verdad

Dicen que en su tonel de pino vivía tranquilo Floros Agnafós, sin preocuparse ni de escarchas ni de calimas. Como en el seno materno, todo lo tenía, nada necesitaba. No se sabe bien qué ocurrió un cierto día en que se alteraron las cosas y una grave inquietud inundó su corazón.

De tal magnitud ha sido el asunto que ahora le ha dado a Floros por buscar la verdad. Es un griego neoyorkino de segunda generación que va con su linterna por los antros de Manhattan buscando insistentemente ese escurridizo tesoro. La gente le pregunta, cuando le ve, por qué va siempre con la luz encendida. Él se calla, mirando, oteando y calibrando lo que pasa ante su vista y sigue adelante con su mirada desconfiada, de un lugar para otro, sin llegar a satisfacerse por todo lo que encuentra, que no son pocas cosas.

Le da igual a Floros que se le vea un poco raro. Él se arregla detenidamente todas las mañanas, a su manera. Nunca pronto, porque la luz del día es poco útil para sus fines. Prefiere las horas nocturnas para deambular sin pausa. Está convencido de que de noche se ven mejor las cosas, se descubren los entresijos y lo ordinariamente oculto termina por resplandecer. Aunque receloso, de vez en cuando habla, escudriña, pregunta, pero no se conforma con las respuestas parciales, también inasibles, que va encontrando. Luego añade que busca al hombre honesto, alejado de las mentiras, amante de la cristalina claridad.

Tantas vueltas está dando por los lugares de moda que se está haciendo famoso. Muchos no saben cómo se llama, pero sí le han visto transitar, preocupado, ansioso e ineficaz, en su utópica exploración. Algunos dicen que incluso una vez Alex Magnusson, el portero de discoteca más conocido de la ciudad por el indiscutible mérito de haberse enrollado con esa descarriada actriz española, ese hombre de origen sueco, grande como un armario y fuerte como el acero, se apartó mansamente del camino de nuestro extraño protagonista. Estaba emocionado por ver a alguien de quien tanto le habían hablado y le salió sin darse cuenta esta curiosa frase: "Admirado amigo, pídeme lo que quieras". A lo que imperturbable buscador sólo respondió: "Sólo que me dejes pasar"?

En uno de esos clubes en los que entró en la madrugada, alguno se preocupó por él y tras una singular conversación le quiso hacer entender que verdades había muchas, tantas como colores, que eligiera la que le gustara, volviera a su estado sereno y dejara de mortificarse. Pero nuestro personaje era insistente y tozudo, sabía bien que verdad hay sólo una, aunque maneras de contarla haya tantas, por eso dejó hablar a tan atrevido ignorante y luego volvió a su impenitente y minucioso rastreo.

Y ahí sigue todavía, sin que nadie le convenza de que le convendría dejarlo. Nadie puede ya decirle que en lugar de travestirse de hombre al final de las tardes, disfrazarse con cuidado para su interminable exploración, y dejar de ser la hermosa Azucena de siempre, más le convendría husmear en el zurrón que carga todas las noches, por mera costumbre y donde nunca se ha atrevido a mirar. Allí su anterior marido le puso en su día, con callada delicadeza, la verdad que ella va buscando, como muestra de un profundo y también ?como casi todos- enrevesado amor?