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Teresa Romero
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Teresa Romero

Actualizado 19/10/2014
Aniano Gago

El ébola ha puesto de nuevo al sector médico español en la primera línea informativa. El contagio de la enfermera Teresa Romero tiene a todo el país en ascuas. Todos estamos deseando que logre vencer al temible virus. Parece que las cosas van por buen camino, aunque hasta dentro de unos días no podrá asegurarse su definitivo restablecimiento. Ojalá sea así.

No voy a entrar en lo matada que es la ministra Mato ni lo torpe que fue el consejero madrileño Rodríguez con sus declaraciones al asegurar que Teresa Romero podría haber mentido. Eso es política y hoy (avui, que diría Jordi Pujol) no toca. Hoy prefiero aprovechar la circunstancia para hablar del mundo de la salud centrado en los dos principales protagonistas: los médicos y los enfermeros/as.

Porque en ellos, antes o después, tenemos encomendado nuestro cuerpo, y para los creyentes, incluso el alma. Y es que el médico siempre fue el principal ángel de nuestra guarda. Desde que somos "nasciturus" es un médico quien nos controla y cuando llegamos al mundo es una matrona, una enfermera especializada en partos, la que nos controla. Médicos y enfermeras, un dúo extraordinario, un dúo determinante siempre a lo largo de nuestra vida.

Por eso creo que, de cuando en cuando, debamos hacerles un homenaje, un reconocimiento. Porque en el devenir normal de nuestra existencia no solemos darles importancia, sólo cuando nos vemos ante el bisturí, o en situación grave, valoramos la realidad que está siempre ahí pero que no vemos. El caso de Teresa Romero, y ya antes con los dos misioneros fallecidos por ébola, volvieron, médicos y enfermeras, a estar en el foco de la actualidad.

Creo que es un buen momento para agradecer a todos los médicos y a todas las enfermeras su trabajo, sin duda el más importante de todos los que hay o pueda haber. Todo es muy relevante, pero nada como la salud. Eso lo reconocemos todos, pero sólo cuando caemos enfermos. En "Memorias de Adriano", Margarite Yourcenar pone en boca del gran bético esta frase: "¿ quién se atreve a ser emperador ante un médico". Pues eso, cuando nos ataca el dolor no somos nadie, ni ricos ni pobres, ni altos ni bajos, ni tontos ni listos?, ante la enfermedad todos somos gente venida a menos, personas tal vez dignas, pero amilanadas?; ante la enfermedad y el dolor no vale ni el dinero ni la soberbia ni siquiera la sabiduría.

Aprovecho para reivindicar al médico humanista, al médico que además de sus conocimientos, conseguidos con esfuerzo y estudio, añade psicología médica y personal, trato amable y generoso con el enfermo. Tal vez eso es lo único que habría que recriminar a más de un médico de la actualidad: que se muestran distantes y hasta altivos con el paciente. Posiblemente sean buenos médicos, y sus diagnósticos sean los adecuados, pero que no se olviden que el enfermo pide algo más que el antibiótico o el analgésico necesarios; el enfermo necesita cariño, que es una medicina infalible.

Quiero recordar aquí a mi amigo Carlos Lobón, médico de amor y vocación que falleció hace unos años. Era un médico excepcional porque a sus conocimientos le añadía siempre al enfermo un abrazo. Los que tuvimos la suerte de ser sus amigos decimos que nos curaba con la palabra y con su alegría. Eso sí: si en los análisis veía que el ácido úrico, el colesterol y los triglicéridos estaban por las nubes te obligaba a volver limpio como una patena a su consulta a base de un régimen alimenticio adecuado. Cuando falleció fuimos infinitos los pacientes que lo lamentamos, por una parte porque lo queríamos, y por otra porque como somos muy egoístas sabíamos que ya no volveríamos a tener otro como el, siempre dispuesto a ayudarte, fuera la hora que fuera. Nunca podremos los amigos, y todos los pacientes, perdonarle a Lobón que falleciera. Vaya desde aquí otro abrazo.

Y como Carlos Lobón, seguro, habrá muchos más. Que copien todos los médicos de este tipo de ejemplos, que el paciente lo necesita. Y que esos médicos frívolos, que también los hay, que tomen nota y que aprendan a no bajar nunca la guardia. Que nos ponemos junto a ellos en el asunto de los recortes, que, claro, los políticos son nefandos, y que la culpa la tiene el maestro armero. Pero que muchas cosas se pueden arreglar con su conducta.

Mérito especial tienen las enfermeras: esas que te llaman "cariño" en el lecho del dolor, o que te facilitan todo para que tu estancia en el hospital o la clínica sea más llevadero. Por eso la solidaridad general con Teresa Romero. Tengo ganas de verla salir por la puerta del hospital. Así sea.

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