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Ese pobre señor, gordo y herido
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Ese pobre señor, gordo y herido

Actualizado 19/10/2014
Raúl Vacas

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El día en que Gastón Baquero cruzó la puerta de la Universidad Pontificia de Salamanca para asistir al homenaje internacional que le rindió la Cátedra de Poética Fray Luis de León yo estaba allí, junto al poeta Manuel Ulacia, nieto de Manuel Altolaguirre, quien le tendió el brazo para cruzar el faldón de la puerta y muy cerca de Paloma García Bravo quien recogió ese instante en una espléndida fotografía publicada en la contraportada del libro "Celebración de la existencia". Aquel lazarillo de Gastón que le ayudó en su ingreso a la Universidad perdió la vida ocho años después. Murió en alta mar. Su cuerpo sin vida fue arrojado a la playa de Zihuatanejo, en su México natal, un fatídico agosto.

Pero volvamos a la Universidad Pontificia. Era el año 1993. Gastón Baquero vestía traje liso con camisa blanca y corbata. Su mano derecha se apoyaba sobre un bastón y en la izquierda llevaba una sencilla carpeta con sus poemas invisibles, sus magias e invenciones y todo cuanto su memoria, la real y la onírica, fue recogiendo en sus muchos viajes. Un sombrero coronaba la estampa de aquel poeta grande con mirada de niño: "Un señor metro ochenta me estrechó alguna vez / lenta mano de otoño", escribí entonces.

Gastón caminó despacio hasta el Aula Magna. Los fotógrafos Chema Guzón, Salvador y Eduardo Margareto disparaban sus flashes para alumbrar sus pasos y recogían sus sombras y perfiles en lo más oculto de sus cámaras.

Acompañaban al poeta Alfredo Pérez Alencart, coordinador del homenaje, y Alfonso Ortega Carmona, impulsor de tantos milagros poéticos bajo la advocación de Fray Luis de León.

Gastón, el argonauta, ofició sus extrañas magias y pronunció un discurso emocionado titulado "Volver a la Universidad". Aquí un botón de muestra: "Para mí esta ocasión es ante todo una vuelta a la Universidad, un regreso al tiempo de ayer, que la distancia hace menos pesado que el de hoy. En nuestras vidas la Universidad es la cima de un trayecto que emprendemos desde la niñez en busca de un Santo Grial, en busca de pertrecharnos con aquellas armas, armaduras, luces y senderos que ayudarán a nuestra débil mirada y a nuestro siempre deficitario conocimiento, a ver el mundo que nos rodea".

Los días 27 y 28 de abril de aquel año un grupo de distinguidos poetas y profesores reconocían ante Salamanca y el mundo la talla humana y poética de Don Gastón, "mi querido gigante negro y reaccionario" como lo llamaba Umbral quien decía también de él "que fue todos los negros del mundo, desde Otelo a Antonio Machín".

Nidia Fajardo, Carmen Ruiz Barrionuevo, Leopoldo Alas, Carlos Meneses, César López, Pedro Shimose, Carlos Borrego y Francisco Brines fueron, entre otros, testigos de aquel encuentro memorial. Queda para las hemerotecas y el recuerdo una foto del poeta cubano con Fernando Díaz San Miguel, quien le dedicó el poema "La columna de fuego que ante mí se yergue" y un servidor. Dos jóvenes poetas que iniciábamos por aquel entonces nuestra andadura literaria.

Gastón nos habló de la Universidad, de Heidegger y Fray Luis y le dio voz y vida a sus mejores poemas con humildad y modestia. Él siempre le restó importancia a sus poemas. Decía que si le concedía gran mérito estaría olvidando el pensamiento de Coleridge: "Creemos tener encendida ya una luz, cuando apenas hemos prendido un candil".

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Pero Gastón, aunque él no lo sintiera así, fue y será uno de los grandes. Su talla literaria está en su poesía donde transforma la realidad, donde la fantasía se adueña del poema, donde todo es posible. Miró el mundo con la curiosidad de un niño, siempre a través de su mirada ausente pero también con la imaginación y el microscopio. Desde muy niño quiso ser agrónomo y lo fue. Gastón recuerda como en una clase de química oyó hablar de dos sales llamadas Rejalgar y Oropimente y corrió a escribir un poema titulado "Fábula de Rejalgar y Oropimente". Siempre escribió por necesidad. No concebía el hecho de sentarse a escribir poesía sin más, como quien pone ladrillos. Creía en la poesía pero no en él mismo: "Tengo entusiasmo, pero no vanidad", decía, "No conozco, ni me interesa, el valor o el no-valor de cuanto llevo escrito. No sé; sencillamente, no sé".

Lezama Lima fue el hecho más importante de su vida. Le escribió una carta para contarle el impacto que le había causado encontrar el poema "Discurso para despertar a las hilanderas" en una pequeña revista llamada Compendio. Aquel poeta que cultivaba lo onírico le deslumbró. Cuenta Gastón que Lezama le contestó con una larga carta que terminaba con las palabras: "Salud, arcos y flechas".

Gastón, el periodista que enseñó a otros tantos el oficio, el director del Diario de la Marina de La Habana, el impulsor junto a Lezama de la revista Orígenes, el viajero incesante en el tiempo y el espacio, un día abandonó Cuba y no volvió más. Madrid se convirtió en su isla y allí descansó, primero en un piso rodeado de libros y soledad y más tarde en una residencia donde conoció a la muerte de cerca.

El poeta cubano siempre tuvo las palabras justas para todo. Era un hombre en apariencia tímido. Le gustaba hablar de poesía pero también callar. Cuenta Luis Antonio de Villena que cuando Baquero viajaba en tren, aquellos trenes lentos en los que se compartía conversación, se colocaba un cartelito en la chaqueta que decía "Soy mudo". Gastón callaba pero el rumor de la poesía iba le hablaba por dentro.

Aquella no fue la primera vez de Gastón Baquero en Salamanca. Un año antes, con motivo de los actos celebrados en el Foro de Iberoamérica de la Universidad de Salamanca, Gastón Baquero compartió mesa con Carlos Edmundo de Ory y José Manuel Caballero Bonald. Aquellas jornadas, coordinadas por Víctor García de la Concha y Julio Vélez, congregaron en Salamanca a poetas de la talla de José Hierro, Pablo García Baena, Mario Benedetti o Claribel Alegría.

Recuerdo como si fuera ayer a Edmundo de Ory recitando, a dos voces, el poema "Satán al aparato" y mi fortuito encuentro con Benedetti en los urinarios del edificio histórico de la Universidad. En aquel otro encuentro con Gastón hubo un detalle que hace unos días recordaba con Pepe Santolaya quien, rodilla en tierra, y sosteniendo entre sus dedos las manos de Gastón -de pianista de jazz, según Umbral- le cantó "Duerme, duerme, negrito". De aquel sencillo y sentido homenaje, una vez finalizado el acto oficial, fuimos testigos Claribel Alegría y yo, con la mitad de años que ahora. Cómo no apostar por la poesía, me pregunto hoy, después de tantos momentos inolvidables al lado de tantos grandes poetas.

Esta semana la ciudad de Salamanca recordó de nuevo a Gastón. Y todo gracias a Alfredo Pérez Alencart a quien tanto debo, a quien tanto debemos. Fue un gusto reencontrarme en el teatro Liceo con Sylvia Miranda, no la veía desde aquel segundo encuentro con el poeta. Y ha sido un gusto releer estos días a Gastón Baquero, del que recomiendo sus poemas y ensayos a quienes aún no lo conozcan.

Hoy, querido Gastón, "ese pobre señor, gordo y herido / que lleva mariposas en los hombros" te he sentido de nuevo aquí, en Salamanca, y allá en lo alto, como tú querías, hundido para siempre en las estrellas.

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