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El desagravio de las musas
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El desagravio de las musas

Actualizado 19/10/2014
Maguilio TAVIRA

Hay en esto de escribir cierta ?por indeterminada y por real- presunción que lleva a los escritores a obtener ?vaya usted a saber por qué enrevesados vericuetos- dos convicciones que, siendo perfectamente y objetivamente discutibles, resultan para ellos incuestionables y certeras; a saber: que tienen algo interesante que decir y que hay gente deseosa de escucharlo.

Y tirados de ese par de bueyes hunden su pluma en el folio y se ponen a escribir sin encomendarse a nadie. Hay en cada escritor un fatuo narcisista pagado de sí mismo, en mayor o menor medida, y con más o menos razón. Serán lectores y tiempo quienes dictaminen.

Lo más curioso del caso, es que todos los que escribimos para un público aleatorio, sabemos que nuestra mejor obra jamás verá la luz, porque la malogró la pereza.

Sea cual sea la causa por la que emborronamos cuartillas, la afición, la vocación que diría algún cursi ?alguno incluso con razón- o con finalidad exclusivamente nutricia ?de algo hay que comer- lo cierto y verdad es que hemos sufrido todos la experiencia de componer, entre sueños y vigilia, ese párrafo sublime, aquella conclusión feliz, el poema definitivo o el artículo magistral. Recordamos todos cómo aquella noche, en el estado crepuscular de conciencia que no atisbamos a concretar, redactamos algo que nos prometimos fijar por escrito a la mañana siguiente y que, sin embargo, al levantarnos ya no fuimos capaces de reproducir simplemente porque no lo recordamos, o lo recordamos vagamente o no somos capaces de componer lo que en aquel duermevela prolífico resultó tan fluido y bello.

- En fin, otra vez será -solemos consolarnos, al tiempo que nos prometemos que, en la próxima ocasión, venceremos la maldita pereza, saltaremos de la cama y dejaremos fijada por escrito la sublime idea ? para volver a fallar de nuevo la siguiente vez que surge.

Decía alguien famoso cuyo nombre no recuerdo en este instante, que cualquier creación artística es un 10% inspiración y un 90% transpiración; o sea, que no hay atajo sin trabajo, que reza nuestro refranero o, todavía mejor, que las musas han de hallarte trabajando porque de lo contrario, su visita será en balde.

No estoy yo pretendiendo compararme ?ni de lejos- con escritor genial ninguno y ni tan siquiera con ningún escritor. Aunque en mi oficio he de escribir, escribir no es mi oficio, hoy por hoy.

También soy consciente de que no hay asomo de genialidad alguno en estas líneas; sé de mis limitaciones y carencias. Tan sólo quería compartir la experiencia de esa frustración que cuento, aunque sólo sea como humilde desagravio de aquel desprecio que le hicimos a la inspiración alguna vez, y expresar mi solemne voto de no volver a fallarle a las musas nunca, para evitar que la pereza malogre las letras que el destino quiere susurrarnos.

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