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Las buenas compañías
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Las buenas compañías

Actualizado 18/10/2014
Redacción / Curro Mesa

Santa Teresa también supo de buenas y malas compañías, en el despuntar de su adolescencia. Ella se da cuenta y "escoge" ya para siempre, buscar y rodearse de buenas compañías, cosa que hará siempre, porque entre otras cosas entiende que así estará protegida. Y ante aquellos recuerdos, brota de su pluma el primer consejo a los padres de todos los tiempos: "Querría escarmentasen en mi los padres, y ayudasen a sus hijos a tener buenas compañías".

Teresa toma nota y se da cuenta del bien que hace rodearse de buenos amigos, algo que no puede ser impuesto, aunque muchas veces las circunstancias ayudan. Su espíritu sensible encuentra cauce en la buena conversación de sus educadoras, y con suavidad vuelve al gusto de su primera infancia, cuando se quedaba absorta con el pensamiento de que infierno y cielo eran "para siempre, siempre, siempre". Es aquí, en plena adolescencia cuando Teresa descubre el poder del pensamiento, proceso fundamental de la psicología humana.

Se da cuenta que entre el cambio de costumbres (comportamiento) y los buenos deseos que María de Briceño le contagia, empieza a surgir en ella la inquietad por ser mejor y a plantearse su futuro de cara a como mejor servir a Dios. Es tiempo de discernimiento y de enfermedades, elementos en su vida que siempre le acompañarán.

Años más tarde, cuando Teresa elige vivir en la familia carmelitana, comprobará cómo las buenas compañías son luz y fuerza para el caminar, por las que el Señor despierta los buenos deseos. Y así comenzó a gustar de la buena y santa conversación de una monja, discreta y santa, cuando le hablaba de Dios y le decía del premio que daba el Señor a los que todo lo dejan por él. Comenzó esta buena compañía a desterrar las costumbres que había hecho la mala y a poner en su pensamiento deseos de las cosas eternas. El Señor se sirvió también de una buena amiga para despertar los deseos de ser monja. Era una grande amiga que tenía.

Estaba el Señor grande para disponer a Teresa para sí y le dio una gran enfermedad. Cuando iba para casa de su hermana, descubrió en casa de un tío suyo, la buena compañía de los libros. Aunque estuvo pocos días, la fuerza que hacían en su corazón las palabras de Dios, así leídas como oídas, y la buena compañía, vino a ir entendiendo la verdad de cuando niña.

Los niños son fruto del ambiente que respiran. Hacen lo que ven. La educación comienza antes de nacer y dura toda la vida, pero es en los primeros seis años cuando asimilan casi la mayoría de las cosas. Ellos no aprenden por adoctrinamiento o sermones. La vida es la mejor escuela y el hogar el lugar más idóneo para recibir un buen ejemplo. Se necesitan verdaderos padres que sean testigos, que tengan vida, que arrastren, que llenen de ilusión y esperanza, que vivan lo que creen, con valores y actitudes evangélicas.

La educación es arte y es tarea difícil, pero se facilita enormemente cuando hay amor, cuando el que crece lo hace en un ambiente de amor y ternura, de acogida, de aliento, de aceptación y amistad, y, además, se rodea de buenas compañías.

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