Réquiem por un perro

Nadie es ajeno a lo ocurrido la semana pasada, con un hecho de tal desdicha que no pudo dejar impasible a los amantes de los animales. Y alejados de la pasión y ante los hechos consumados que todos conocemos, es bueno que hagamos un poco de autocrítica sobre el particular. Lo primero, aplaudir el alarde de sensibilidad de recoger en pocas horas 400.000 firmas para salvar la vida de "Excálibur", el perro de la enfermera y enferma de ébola Teresa Romero. A nadie extrañó una respuesta tan contundente, pues el amor a los animales nos honra y no era de extrañar que personas con una convivencia cuasi-familiar con sus mascotas lo testimoniaran de esta manera.

No obstante, son muchas más las personas que piensan que la manifestación protagonizada ante el domicilio de Teresa para impedir que se llevaran al animalito fue bastante desmesurada. Sin embargo no entremos tan pronto en apreciaciones y rodeémonos de recuerdos propios o ajenos con nuestros animalitos. Sin ir más lejos, la mayoría recordará que hace un par de meses saltó a los medios el caso de una mujer que cayó con el coche en un barranco y salvó la vida gracias a que su perrito fue a pedir ayuda.

A veces, muchas, somos injustos con nuestros perros y hasta decimos "perro" para insultar a una persona. Labores como perros lazarillos, policías o de compañía, estos últimos son mayoría, es una deuda impagable. Personas hay, por poner un ejemplo de ancianidad, que al final de sus días, si no viven en soledad, es gracias a la generosidad de esos "Excálibur" que pueblan nuestra geografía.

Para Descartes, la risa era el factor que distinguía al hombre. Si Dios o su sustituto hubiera concedido a estos animales la capacidad de reír, entonces tendríamos al tercer hombre. Se inscribirían en el Código Civil y entrarían en la Justicia cargados de derechos.

Pero por este pequeño detalle, hoy el perro es un animal. Y la Justicia sólo puede pronunciarse en el sentido de penalizar a quienes maltratan a los animales. Excálibur, el perro de Teresa, fue señalado para hacer un último servicio a la sociedad, donde la palabra "matar" no tenía cabida y alguien hizo uso de ella de manera frívola o inconsciente. A "Excálibur" lo durmieron y hoy se encuentra ya en la historia con su nombre de pila, como si fuera del mundo Disney.

Todos hubiéramos querido salvar a "Excálibur". "Reloj, no marques las horas?". Pero a veces el hombre se ve obligado a traspasar fronteras que nunca llegó a imaginar. Recordemos, si no, un hecho tan real como la tragedia de Los Andes, o vean sobre el mismo suceso la película "¡Viven!", en la que unos hombres, por instinto de supervivencia, tienen que comer la carne de sus propios compañeros muertos.

Para una sociedad con la economía enferma y en crisis de científicos, ¡qué "cachondeíto" hubiera significado pasear al perro con un trajecito de astronauta sin saber para qué! Porque habría que pasearlo, no íbamos a dejar que enloqueciera atiforrándole a pastillas. ¿O no? Tampoco íbamos a permitir que le hicieran "perrerías" esos señores que por el bien de la humanidad rajan, pinchan, diseccionan y le dan a probar a los animales todo tipo de brebajes para que la ciencia avance. ¿Es eso lo que queríamos para "Excalibur"?

Nosotros pedimos, ante el "prometedor" destino que le esperaba, un cariñoso, aunque luctuoso, R.I.P.