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Cuatro monjas
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Cuatro monjas

Actualizado 12/10/2014
Raúl Vacas

Ayer vi cuatro monjas de clausura corriendo pro la calle Compañía. Cuatro monjitas extranjeras y asustadas, lejos de su rebaño y su pastor, tocadas hasta debajo de harina y regaliz.

No sé a dónde corrían tan de noche, ni por qué vísperas del lunes dirigían sus pasos. Lo cierto es que allí estaban, complacidas, en extrañas misiones evangélicas.

Ya sé que es muy extraño esto que escribo pues tales señoritas, casi en extinción, no tienen hábito de andar hasta tan tarde y sin permiso por esos mundos de Dios pero allí estaban, tan hermosas, bajo una luna dulce y obediente, inflamada de alcohol y de sospechas. Una luna redonda y amarilla como el cuerpo de Cristo en misa de una.

Tal vez eran las cuatro monjas del Apocalipsis. Los cuatro puntos cardinales que, según Vicente Huidobro, en realidad son tres: el Sur y el Norte. Tal vez eran la encarnación de las cuatro estaciones, con olor a Vivaldi y Telepizza. O las cuatro esquinitas que tenía mi cama en los rezos de antaño.

Ayer de madrugada, día del Señor, vi cuatro monjas por las calle Compañía. Ayer que no bebí ni un solo whisky ni conocí los frutos de la maría virgen. Ayer que paseaba para huir del ruido de la guerra.

Cuatro monjitas huérfanas y geométricas unidas de la mano y la sonrisa, escudriñando el mundo en las esquinas, encomendándose al frío y a los sueño y anudando su hipo en la garganta. Cuatro monjitas bellas y espaciales, con la mirada llena de barrotes. Cuatro sores quirúrgicas y libres, salidas de algún sueño de Almodóvar.

¿De quién huían esas cuatro monjas? ¿A qué Dios de la noche encomendaban sus promesas, ¿qué extraña vocación o apostolado profesaban? ¿Huían de San Pablo y los Corintios? ¿De un antiguo convento que se quedó sin pájaros?

Insisto una vez más. Ayer de madrugada vi un cuarteto de monjitas por la calle Compañía.

Cuatro monjitas dulces e infantiles, cuatro ovejitas locas, inocentes, descarriadas, pidiéndole favores a la noche y aguardando a los lobos.

Cuatro novicias muy hermosas que endulzaban sus ojos con extrañas palabras, que alumbraban sermones y miradas extrañas.

Tal vez eran las cuatro fases de la luna, las cuatro sotas de la baraja, los cuatro tatos de una noche amarilla por los cuatro costados.

Cuatro retoños del Señor que fueron apagándose en la calle y la distancia.

Hoy las recuerdo bien y me sonrío. La luna que las vio tan sólo dijo guau.

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