Estamos en octubre, empezando el otoño, y es el momento de la recolección de algunas de nuestras especies vegetales más "alucinantes". La primera de ellas, por ser sin duda la más conocida, es el Cannabis, en cualquiera de sus subespecies, C. sativa, C. indica, o C. ruderalis. Me refiero, claro está, a las especies naturales que podemos encontrar en su estado silvestre por nuestros campos, nada que ver con cualquiera de los híbridos conseguidos por las semillas certificadas traídas, principalmente, de Holanda, y que proliferan en las terrazas y balcones de nuestras ciudades. Históricamente, la práctica totalidad de las civilizaciones ha considerado el uso de la marihuana con fines medicinales, desde China hasta India, pasando por Egipto, Asiria, Persia, Tíbet, Grecia, Creta y un largo etcétera. En China, ya en el año 2.737 a.c. prescribían la resina del cáñamo como remedio contra la gota, la malaria, el reuma, la gripe y los desmayos, siendo considerada como planta sagrada. Perseguida desde los años 70, ha sido asociada sistemáticamente a determinadas formas de vida juveniles, tipo hippies y similares, por su uso recreativo, no prestándole atención a su marcado componente medicinal: los tetrahidrocannabinoides, sus principales activos, y que han demostrado ser muy efectivos a la hora de paliar varios síntomas de enfermedades.
Queda mucho por recorrer para que, lejos de prejuicios, pueda investigarse con criterios científicos la idoneidad de su consumo. Curiosamente, y según datos de la propia administración norteamericana, son los fármacos los mayores causantes de muertes anuales. Tras ellos, los más peligrosos para la salud humana son el alcohol y la cocaína, seguidos de la heroína, los narcóticos y los psicoestimulantes. Finalmente, entre los menos peligrosos se encuentra la marihuana. Las políticas de salud pública deberían empezar a tomar en consideración estas realidades, aparcando los prejuicios heredados. Y no sólo los organismos, pues muchas veces son los propios padres los que ven peor que su hijo consuma cannabis a que se emborrache.
Unos estudios que han demostrado, por ejemplo, que los cannabinoides, según el Instituto del Cáncer de EE.UU. [http://bit.ly/10pfzG3], frenan el crecimiento de tumores cancerígenos, llegando a detener la metástasis en una gran cantidad de cánceres [http://1.usa.gov/1pMqUF9]. En las personas que padecen glaucoma reduce la presión interna en el ojo, ya que dilata los capilares, además de ser el motivo por el que se enrojecen los ojos al consumirla. Incluso, la Reina Victoria la consumía para evitar sus cólicos menstruales, y en la corte era habitual utilizarla en los malestares causados por la gastritis.
Otras enfermedades que pueden verse favorecidas por el uso del cannabis son la Artritis, la Fibromialgia y la Esclerosis Múltiple, porque tiene un efecto paliativo en las enfermedades dolorosas que afectan al sistema nervioso y muscular [http://bit.ly/1rTEKv4]. Y es irónico que, como defiende el profesor Raphael Mechoulam, de la Universidad Hebrea de Jerusalén, tenga componentes que eviten la muerte neuronal [http://bit.ly/1uHTvTI]. Claro que hace años que se demostró que evita las migrañas, reduce la posibilidad de contraer diabetes y, lo más controvertido, por estar la infancia implicada, es un exitoso tratamiento sin efectos colaterales en niños con déficit de atención y problemas emocionales.
Anticipándome a los comentarios de siempre, volver a recomendar que dejemos de lado los prejuicios: los tetrahidrocannabinoides no necesitan ser fumados, que también pueden serlo, sino que pueden ser consumidos como bebida o comida. De hecho, ya existen medicamentos de los que forman el principal compuesto? sin que estén permitidos en nuestro país.
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