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Predicar y dar trigo
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4ª DE ABONO

Predicar y dar trigo

Actualizado 15/09/2014

Juli y Perera se enzarzan a torear y Del Álamo se encaja en el toreo

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Hay diferencias en predicar y en dar trigo. Las hay, como explica con tino el refranero popular. No es lo mismo porque cuesta menos defender una forma de vida, un modo de ser y una personalidad bien modelada en una idea que esforzarse en repartir motivos para la ilusión entre los que aún te entienden como el humilde.

A nadie le sorprende, a estas alturas de la película, que se enzarcen El Juli y Perera en su guerra de conceptos, en la lucha por el trono de un reino en el que ya mandan con distintas armas. Predican los dos mandones entres quienes ya conocen -conocemos- su capacidad de superarse, y es buena la competencia cuando la refleja un ruedo. Hoy, sin embargo, fuel el pobre el que ofreció el trigo, el que conoció sus urgencias -que cada día son menores- y le apostó al destino hundiéndose de riñones venga o no venga franca la embestida de después. Del Álamo acompañó a los gigantes en el camino al Edén, pero fue el suyo un esfuerzo aún, porque vive en el camino y ellos gobiernan la finca.

Lleva ya tiempo Juan llamando a la puerta del guarda, que ya lo conoce de ir de visita, y está ahorrando con redaños para comprar allí un chalé. Bien sabe que no es fácil, que se le niega al que llega el derecho de admisión. Por eso le encajaó el riñón al octavo, de castaña albarda y cara colocada, al que le soltó vuelos y muñecas como si fuera su embestida lo último que degustase. Le dio trigo Juan en la apuesta de toro crudo, y en las pelotas de Óscar Bernal para levantarle el palo al toro que empujaba sabiendo que besaba tierra. Se la jugó el picador para cumplir la orden del jefe y el jefe no debía fallar. Por eso se plantó cual encina en los medios de su plaza, ofreció medio capote para ceñir chicuelinas y con tres medias riñonudas arrancó los olés barrigueros de una plaza que lo espera. Luego ofreció distancia, lanzó trapo y a morir por Dios, que hoy era buen día. En el platillo detuvo la llegada codiciosa y emotiva del bravo animal, de extremo celo y acusada fijeza para que le apretase por abajo el que quería dar trigo. Y lo hizo.

Sentía Juan que Salamanca entera empujaba su mano en el trazo, pero era su diestra la que poseía el temple, la seguridad y el mimo, el poder en ocasiones, la fe siempre para transortar la arrancada bien cosida, la embestida muy embarcada, el toreo puro cuando el que lo dice es sincero. Lo fue con ese y con el cuarto, al que le echó el percal como si embistiera bien, sin importarle su llegada dormida de cara natural y su desentendida huida en los finales, volviendo del revés y sin ritmo para repetir. Supo ligarle el charro las tandas tragando llegadas vencidas y finales desentendidos, sin una pizca de clase que llevarse a la boca pero con fe por arrobas. Con ellas se pesaba el trigo que hoy repartió Juan para seguir el paso de los mandones.

Ellos lo son por la tremenda facilidad con la que resuelven las dificultades, por la sutilidad admirable con que corrigen problemas, superan obstáculos y liman defectos. Como le hizo Perera al tercero, templado hasta el límite, sereno, seguro para coser la embestida que llegó a dormirse por momentos para que la ayudase con pulseos casi imperceptibles. Sincero cuando le entregó desnuda la franela en la diestra, ajustándole los vuelos al corazón del celo para que quedase la clase convertida en trigo, separándole la paja con la que se predica a menudo cuando los partidarios son legión. Qué fácil es el pulseo, el muñequeo y la caricia dormilona a la intención del bruto cuando se le ve a Perera. Tanto que pareció bagatela meter en el trapo al rajado séptimo y convencerlo -más que obligarlo- de que siguiera el objeto que jamás se retiraba de su cara. Lo hace el poder de una muleta que predica para persuadir y que impone con una caricia.

Lo bueno de las ideas es que no tienen sólo un camino, y existen predicadores con palabras muy distintas para activar el sermón. El mismo que dio Perera con suave mimo persuasor nos lo presentó El Juli con imperiosa impresión. Combinó, sin embargo Julián el concepto que le define, de acompañar con el pecho la embestida al infinito, con uno mucho más erguido cuando ya venía el toro desde donde él le ordenaba. Predicó verónicas de pecho volcado, muñeca suelta, ceñido embroque y cadencioso conjunto. Las predicó con la repetición de cara suelta del castaño segundo y con la profunda humillación del sexto. Predicó batalla de férrea voluntad con la cara suelta de su primero para tragarle pitón a la devanadera, seguro de ganar la guerra. Predicó rastrera bamba para embarcar en ella la humillación entregada de su segundo, que le repitió incansable porque le midió el castigo para que tuviera emoción cada orden que le acataba. Con ambos predicó Julián, que volvió a dar motivos para ser el jefe del guarda.

Lo fue muchos años Ponce, que regresó a Salamanca para ver cómo se ha transformado el púlpito de predicar. El Ágora donde cortaba rabos y conquistaba a las masas se le volvió hoy hostil como la víctima al verdugo y no sería extraño que sacudiera las zapatillas al salir de la plaza para no llevarse ni el polvo.

Pero ya estaba la tarde conquistada cuando se retiró andando Enrique. Lo estaba por el predicador local, que ofreció el trigo a sus fieles y lo compartió con aquellos que le regalaban miradas de excepticismo cruel. Y se fue con los dueños de la finca a dormir en el camino, pero sabiendo que hoy encontró tierra fértil el trigo que repartió.

FICHA DEL FESTEJO

Plaza de toros de La Glorieta, Salamanca. Feria de la Virgen de la Vega, cuarta de abono. Toros de Domingo Hernández y Garcigrande, correctos de presencia y desiguales de tipo: de gran calidad sin empuje ni espíritu el primero; manso y descompuesto el segundo; humillado y profundo el tercero; deslucido y protestón el cuarto de Garcigrande; de movilidad desclasada y gazapón el quinto, de Garcigrande; bravo, boyante y enclasado el quinto, de vuelta al ruedo; rajado pero obediente mientras duró el séptimo, de Domingo Hernández; boyante, codicioso y fijo el octavo de Domingo Hernández, premiado con la vuelta al ruedo.

Enrique Ponce (grana y oro): silencio y pitos.

El Juli (purísima y oro): oreja y dos orejas.

Miguel Ángel Perera (esmeralda y oro): dos orejas y oreja tras aviso.

Juan del Álamo (palo de rosa y oro): oreja y dos orejas.

Saludó Joselito Gutiérrez tras banderillear al tercero.

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