Crear es vitalizar ensoñaciones, rasgar misteriosos velos, materializar lo invisible y hacer despuntar el alba en la noche más negra.
Crear es dar vida a una realidad que permanece oculta, compartiendo el donante con los receptores aquello que les entrega, tras un parto doloroso que se transforma en gozoso encuentro cuando la criatura ve la luz en museos, auditorios, escenarios o estanterías, sin la inquietud del inestable futuro, pero confiando en la permanencia de lo creado, más allá de los días concedidos al creador para disfrutar su obra.
Solo quienes se dedican al hermoso oficio de abrir puertas en los muros rutinarios, saben el esfuerzo que demanda la creación de algo nuevo. Solo el escritor que se enfrenta a la página en blanco, sabe del esfuerzo que cuesta emborronarla sabiamente. Solo el pintor que se pone ante un lienzo inmaculado, tiene idea del sacrificio realizado para disfrazarlo de belleza. Solo el compositor que desliza su mente entre las líneas del pentagrama limpia el sudor de su mente con las notas musicales.
Pero todos ellos conviven en silencio con inseparable soledad que les acompaña, hasta que sus obras salen de la intimidad hermética de la creatividad, para hacerse patrimonio común, en un acto de donación espiritual, desnudez anímica y generosidad desprendida, semejante al alumbramiento del vientre materno.
La creación viaja al exterior cuando el sentimiento exprime vitales experiencias mezcladas con la imaginación que aspira el néctar de lo inasible al tacto y respira aromas de pétalos esforzados en la intemperie del trabajo anónimo y la incertidumbre, porque la creación desconoce el sosiego en el agitado hervor de las ideas.
Crear es poner vertical el horizonte, ondular la patena del mar, vitalizar ensoñaciones, silenciar trinos, almohadillar campanas, rasgar misteriosos velos, materializar lo invisible, sustituir teclas por pétalos y hacer despuntar el alba en la noche más negra.
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