Marcos sale en hombros con deslucida y descastada novillada de Esteban Isidro
Echar el pecho no es una chapa en la solapa que enseñe a la galería lo que uno no tiene arrestos de mostrar. Echar el pecho, cuando quiere uno ser torero, es ofrecer la coraza que cubre el corazón, darle a probar pitón o embestida sin que se acelere la patata más de la cuenta. Sólo así se puede templar la embestida buena y volver la mala medio regular. Pero ofrecer el pecho es, sobre todo, no esconderse detrás de la técnica, no hurtar el cuerpo detrás del trapo; ofrecer el pecho es dar lo más grande que tiene uno dentro. Aunque sea con una colección de semovientes deslucidos que sumaban entre todos media virtud para que se repartiese la terna.
Ofrecieron el pecho tres novilleros en distinto estado, en diferente circunstancia y con urgencias variadas que se notaron sólo a veces cuando volaron las telas, porque no es a ellos, sino al encierro al que hay que solicitarle la devolución de la entrada. Remisos, protestones y de freno fácil todos; dormidos en el capote y en la flámula algunos, con disparo otros, como el quinto y el sexto. Sin garantías ninguno para quien quisiera ofrecer el pecho. Pero nadie les impidió apostar.
Lo hizo un novillero de La Fuente de San Esteban que tiene claro el objetivo y se encaja en los riñones, descarga el peso del cuaerpo y se abandona a la suerte así se lo lleve el diablo. Porque no tuvo claridad el tercero, al que le enjaretó Alejandro Marcos tres series de naturales con el vuelo arrastrado y cosida en el vuelo la protesta de cara suelta del deslucido animal. A ese le ofreció el pecho en los lances iniciales y en la sincera forma de presentarle los trastos cuando lo intentaba convencer con el vuelo y asentaba los muslos como dos postes para que se le venciera si fuera preciso, que ahí radicaba la verdad de la oferta.Pero necesitaba más un novillero que buscó en el vestido rosa y plata de sus mayores triunfos el bajío que lo sacase en volandas por la puerta del Toro. No fue el vestido, sino el toreo de ofrecer el pecho sin trampa en los lances que no quiso tomar el de Esteban Isidro, en las chicuelinas que se transformaron en tafallera y luego en cordobina para abrocharse una media al coleto y quedarse después del remate en corto para saborear la esencia propuesta a como diera lugar. Tiene frescura Alejandro, y tiene temple innato porque tiene valor. Mucho. Valor para torear, para clavar el mentón en el corbatín, echar adelante cadera y muslos y esperar la llegada vencida e incierta de un animal sin clase. Valor para echarle el vuelo, sutil y terso, y hacerlo viajar un tranco más de lo que indicaba su voluntad. Valor para quedarse encima cuando ya le había soplado tres tandas de naturales y le había desmayado los detalles cuando la diestra entraba en escena. Valor para levantarse de tres feas volteretas que no le calaron el cuerpo ni el alma, guerrillera en el final, cuando se quiso morir por bernadinas o salir a saludar al Viti detrás de la puerta grande. Allí murió su paseo en volandas, pero no su ambición. Porque lo más importante que tuvo fue la necesidad en la grada de volverlo a ver. Por ofrecer el pecho.
Lo ofreció José Garrido al derecho y al vies, al desentendido primero, sin celo ni espíritu, y al torete cuarto de nula transmisión. Lo ofreció porque vive el extremeño en el filo que otorga saberse vencedor salga lo que salga. Ni con uno ni con otro le pasó el agua de los tobillos y con ambos firmó trasteos de matador de toros de los que pisan moqueta de tres dedos. Media virtud tuvo el encierro entero, pero ninguno de los suyos sumó un cuarto al total.
Tampoco los de Escudero se entregaron a la suma, pero le puso el salmantino pimienta al producto cuando se tiró a matar sin espada al aplomado quinto para que supiesen en la grada que él también sabe ofrecer el pecho. Ese fue el gesto, el detalle de un novillero que enfrentaba hoy su examen de más entidad. El fondo lo ofreció en el cuarto, cuando le apuntó al morro con el pie adelantado, le ofreció el fleco y se quiso morir detrás de cada trazo que se encargaba el utrero de matar bajo la tela. Ahí soltó los nervios, la presión y la exigencia de matar en Salamanca su quinta novillada. Más que digno estuvo el chaval. Por ofrecer el pecho.
Porque ofrecerlo te expone a recibir volteretas -y todos cobraron en el inicio de feria-, pero también a dejar un poso que sólo tiene este espectáculo. Y nadie te garantiza que se acuerden de ti después de entregar la vida. Sólo queda la foto de quien abrió la puerta más grande. Por ofrecer el pecho.
FICHA DEL FESTEJO
Plaza de toros de Salamanca. Feria de la Virgen de la Vega, primera de abono. Novillos de Esteban Isidro, desiguales de presencia, sin espíritu ni raza, deslucidos y desagredecidos en general.
José Garrido(sangre de toro y oro): silencio tras dos avisos y ovación.
Alberto Escudero (blanco y oro): silencio y ovación.
Alejandro Marcos (rosa y plata): oreja y oreja.