De estelas y estrellas

Sentimientos, sentimientos, sentimientos, de eso hablamos, de eso hablan. No se escucha la voz de la razón, ¿a dónde nos llevaría? Para ellos el sentimiento de padecimiento, de patiment. ¿Para nosotros? La historia a través de sus personajes (al estilo inglés, me ilustra mi amigo Enrique, yo diría quizá al estilo shakespeariano) como en la serie Isabel, como en las leyendas artúricas, mueven a los sentimientos. La historia a través de los análisis (al estilo francés) aburre y no mueve diadas. Por eso esta vez yo me convierto, perdón por la inmodestia, en personaje: estuve allí y puedo hablar de mis sentimientos, aunque roce lo indecoroso.

Seguramente ustedes no están familiarizados con la diferencia entre extranjero y forastero (estranger y foraster, que se traduciría por advenedizo) en las islas baleares. Los primeros son aceptados o tolerados con complacencia, aportadores de divisas, pasan escaso tiempo en la ciudad. Los segundos son los peninsulares y se les tolera mientras se les sabe turistas. Pero a los que residen allí siendo de enfora, se les considera impuros, no sólo porque hablen catalán con torpeza sino por no abrazar su religión nacionalista y se les identifica. Y eso me sucedió a mí, sentí a las dos semanas que me habían puesto una estrella en el pecho, no sé si amarilla, como se hizo con los judíos. Podía haber sido escarlata como en la novela de Hawthorne. Una mujer, un negro, un inmigrante del magreb, un gordito, un anciano, un pobre casi siempre delatan su identidad con su mera presencia. Para identificar al peligroso es preciso señalarle de manera que todos puedan verlo. Señalarte ante los demás: no cabe mayor humillación. Sentimientos, ¿quién puede discutirme que me sentí así? Y no es que yo considere más importantes los sentimientos de una persona que los de varios millones pero algo me dice que compartimos esa emoción de cuando no te dejan hablar en tu idioma. En un tonto alarde de dignidad dejé en una pared de la facultad una frase garabateada: España sou vosaltres. ¡Viva Castilla pobre y libre! Era joven. Como muchos otros, cuando pude me marché. Todos los nacionalismos se escriben con zeta.

La simbología ha querido que, convenientemente recreados los libros de historia y creados nuevos mitos (todos los ganadores lo hacen y muchos perdedores los aceptan inmersos en un síndrome de Estocolmo, reencarnados independientes por las ventajas que puede acarrearles) la designación del ansia de libertad del que se autodenomina pueblo (¿elegido?) haya elegido como estandarte la que llaman estelada porque se le añade un estel, una estrella en su bandera, una bandera que es también la de los forasters, ¿qué mejor símbolo? También decían de los judíos que acumulaban el dinero, que conspiraban. En sus tertulias sienten ofendidos sus sentimientos mientras tú tienes que escuchar cómo un pelanas llama fascista a Vargas Llosa o dice que los de aquí hemos bajado del árbol apenas hace media hora.

Ahora se debate si es rentable o no la independencia, si conviene al país y parece que eso podría echar para atrás a alguno. Está claro que no soy catalán pues si yo tuviera ese sentimiento de opresión, si sintiera esos agravios ancestrales, ese patiment, esas ansias de libertad, me daría igual que fuera una ruina conseguir la libertad y nada podría detenerme, aunque quedara fuera de la Unión Europea, en ruina, desastrado, pero libre, nada me detendría.