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No confundamos opinión con agresión
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LA MOSCA COJONERA

No confundamos opinión con agresión

Actualizado 09/09/2014
Luis Gutiérrez Barrio

La duda no es un estado demasiado agradable pero la certeza es un estado Ridículo. Voltaire

Con demasiada frecuencia, cuando oímos que alguien emite una opinión contraria, o simplemente diferente a la nuestra, nos sentimos ofendidos y en no pocas ocasiones respondemos con cierta violencia verbal. A veces, consideramos que la violencia verbal no es suficiente para defendernos del peligro que hay en las personas que opinan de forma distinta a la nuestra y recurrimos a la violencia física.

¿Cuál es el motivo por el que se despierta esa violencia? ¿Por qué respondemos con violencia ante una opinión contraria a la nuestra?

A mí me da la sensación de que no nos gusta oír ideas que difieran o se opongan a las nuestras, porque eso supondría admitir que hay alguna posibilidad de que estemos equivocados, lo que haría tambalearse nuestras propias ideas y con ello perderíamos la estabilidad sobre la que hemos cimentado buena parte de nuestra vida. No digamos nada de nuestro orgullo. Nos hemos acostumbrado a nuestras propias ideas, a nuestro sistema de valores, a nuestras creencias? Con ellas nos sentimos cómodos y las damos por ciertas sin plantearnos la posibilidad de que haya otras, porque eso podrían desestabilizar toda nuestra vida. Por el contrario, cuando encontramos a alguien con opinión concordante con la nuestra, inmediatamente calificamos a esa persona de razonable y juiciosa, y no dudamos en decir de ella, aquello de ¡hay que ver que verdades dice!

Demasiadas veces nos instalamos en nuestras ideas sin dejar el mínimo resquicio a la posibilidad de que puede haber otros puntos de vista desde los que ver un mismo asunto, y por lo tanto, la posibilidad de ver de distinta forma la misma cosa.

Por otra parte, cuando oímos la opinión del otro, nos ofendemos y nos irritamos de tal forma, como si el otro estuviera metiéndonos su opinión en nuestras entendederas a machamartillo, como si estuviera obligándonos a creer lo que él dice, sin darnos la oportunidad de defendernos.

No deja de ser curioso el que una actividad que nace y se desarrolla en la mente de otro, influya de tal manera en nuestro ser que puede llegar a hacernos sentir mal, a ofendernos a encolerizamos, incluso puede llegar a hacernos tomar decisiones que marquen nuestra vida, y todo esto sin estar de acuerdo con ello, porque otra cosa sería que una vez escuchadas esas opiniones, analizadas y valoradas, las admitiéramos y las asumiéramos. En este caso sí estaría justificado el que ejercieran ese cambio en nuestra vida, siempre de una forma voluntaria y libre.

El otro tiene todo el derecho de pensar y decir lo que piensa, por muy diferente que sea de lo nuestro, lo cual no quiere decir, que nosotros debamos comulgar con lo que él dice. Otra cosa sería, si pretendiera obligarnos a pensar y a creer de la misma que él, y que para ello utilizara la violencia, medios psicológicos o medios de transmisión de pensamiento masivos más o menos sutiles.

Ante estos sistemas de imponer (no de comunicar) ideas, sí debemos revelarnos, pero debemos hacerlo con unos medios proporcionales a los sistemas que para ello empleen y a los objetivos que pretendamos conseguir. No olvidándonos nunca de que la Razón será siempre nuestra mejor arma.

En esta ocasión, me referiré al caso menos grave, el que se da con relativa frecuencia en nuestra vida cotidiana: el de dos o más personas, con opiniones distintas, que tratan de comunicárselas entre sí.

En este caso, creo que utilizar la violencia verbal, no digamos la física, es completamente absurdo. ¿Qué podemos argumentar para justificar la violencia verbal?: ¿Que el otro está equivocado? ¿Qué lo que dice no tiene ni pies ni cabeza? Bueno y qué, equivocada o no, es su opinión y tiene tanto derecho a manifestarla como yo lo tengo de rebatirla. Pero esa diferente concepción de una misma cosa, no justifica la utilización de la violencia de ningún género para su defensa.

A veces argumentamos, que si el otro tiene derecho a dar su opinión, yo también lo tengo para dar la mía, y la doy de la manera que yo sé y me da la gana. Creo que quien piensa así, está cometiendo un grave error, pues se olvida del respeto que debe al otro, y especialmente el que se debe a sí mismo, y ese respeto se ve conculcado, muchas veces, no sólo por lo que decimos, sino por cómo lo decimos.

Hay ocasiones en las que, mientras escuchamos al otro defender ideas distintas de las nuestras mediante una argumentación que nosotros entendemos contraria a toda razón, notamos cómo la sangre se nos va calentado, cómo nuestro cuerpo entero refleja esa disconformidad; con movimientos, aspavientos, gestos, resoplidos e incluso breves y casi insultantes comentarios.

¿Cómo permitimos que lo que haya en la cabeza de otro, influya de tal manera en la nuestra?

Si el otro está equivocado, debería ser su cabeza, su cuerpo entero el que convulsionara, no el nuestro.

Quien así se comporta, es mi opinión, está dejando que el otro le manipule, pues es el otro quien está determinando su estado de ánimo y por lo tanto su forma de actuar. Al responder de una manera agresiva, alborotada, desordenada? causada por el estado de excitación que el otro, presuntamente, le ha provocado, está canjeando vehemencia por libertad y objetividad.

En definitiva, hemos dejado en manos del otro nuestra forma de comportarnos, y si el otro es una persona medianamente inteligente sabrá cómo mover los hilos para llevarnos al terreno que él quiera. Habremos dejado nuestra libertad en manos nuestro "enemigo".

No nos privemos de dar nuestra opinión, luchemos para que podamos darla, pero cuando lo hagamos mostrémonos como somos. No permitamos que el odio y la sed de venganza hablen por nosotros.

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