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El caso Olivenza
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El caso Olivenza

Actualizado 04/09/2014

Aquella tarde, el agente especial al mando, Jarry McAfferty, estaba especialmente nervioso. La CIA llevaba años controlando las comunicaciones de una pequeña zona de la península ibérica cuya historia estaba marcada por cinco cambios de nacionalidad en los últimos 800 años. La agencia tenía muy claro que aquel, aparentemente tranquilo lugar, era un polvorín como Cachemira o Gaza, sobre todo porque no se tenía previsto ningún protocolo de actuación en caso de conflicto entre dos estados miembros de la OTAN, por lo que se había dado orden de intervenir sobre el terreno para evitar males mayores.

La tapadera había sido sencilla: una empresa subcontratada por otra empresa vinculada a una multinacional accionista de Telefónica, iba a instalar fibra óptica en ese pueblo de manera experimental, y con coste cero para el ayuntamiento y los vecinos. A nadie pues le llamó la atención los extraños vehículos, ni los operarios con pinta de no ser de allí, ni que estuvieran trajinando por todos los recovecos del pueblo.

El esfuerzo de comprobar llamadas, mensajes, correos; la tarea ingente de ver más allá de lo escrito o dicho, había dado sus frutos; todo indicaba que aquella tarde se iba a producir el esperado enfrentamiento; en principio a nivel local, pero con repercusiones impredecibles.

Jarry McAfferty dispuso estratégicamente a sus hombres copando también las carreteras que iban hacia la frontera. No tenían permiso para intervenir, y hubiera sido un grave error posicionarse de parte de unos o de otros, pero en su trabajo las órdenes rara vez se daban por escrito, el resultado final era lo importante: Lo que fuera que iba a suceder debía quedar enterrado aquel día en aquel lugar.

Las peores sospechas se confirmaros cuando, desde los controles situado en el puente sobre el Guadiana, se informó de un convoy formado por al menos quince vehículos procedentes de Portugal que se dirigía hacia el pueblo. Al mismo tiempo Jarry observó horrorizado cómo los vecinos, de todas las edades, abandonaban la relativa seguridad de sus casas y se echaban a la calle cargados con mesas, sillas, agua, comida y un montón de bultos no identificados. No entendía a aquella gente, ¿acaso pensaban enfrentarse al invasor a pecho descubierto en plan barricada, o es que estaban tan acostumbrados a cambiar de país a lo largo de la historia que iban a entregar el pueblo sin oponer resistencia para evitar males mayores?

A los pocos minutos, por una de las calles que desembocaban en la plaza apareció el contingente invasor, no más de sesenta personas, que al verse frente a sus contrincantes prorrumpieron en gritos y gesticulaciones respondidas de igual manera por los naturales del lugar. Ambos grupos humanos se dirigieron uno hacia otro mientras los hombres de McAfferty se preparaban para lo peor. Los dos gentíos se encontraron por fin y se produjo un momento de tensa calma mientras los gritos y los gestos parecían perder fuerza. "Estarán negociando" pensaron Jarry y sus hombres, y eso les tranquilizó momentáneamente, hasta que varios estruendos les obligaron a echarse cuerpo a tierra.

Al levantar la cabeza vieron en el aire la estela de varios cohetes, y en la plaza a los hombres de uno y otro bando convidarse a comida y bebida, y sentarse por grupos alrededor de un gran número de mesas, mientras del balcón del ayuntamiento se descolgaba una enorme pancarta: " 38º encuentro de dominó Elvás?Olivenza"

N.del A. La Cía está convencida de que la cuidad pacense de Olivenza es uno de los focos de tensión más peligrosos del planeta. Ellos sabrán.

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