La llamada "cuestión catalana" ha sido y es un problema en los últimos tiempos, digamos trescientos años, aunque eso tendrán que decirlo los historiadores, no los ideólogos, que hay muchos con librea de historiador y ya se sabe que la ideología es capaz de contaminar aun la pequeña parte de verdad que todo ser humano consciente es capaz de atesorar. Claro que siempre cabe la posibilidad, en un esfuerzo de sumisión al espíritu de la modernidad, de organizar un buen debate racional en el que cada uno, en interacción con los demás, incluidos los contrarios, sea capaz de reconocer y aislar la propia ideología, con lo que ésta resulta menos dañina.
Algún amigo catalán tengo que, siempre que yo opinaba algo acerca de Cataluña, me salía con que los no catalanes no conocemos Cataluña y, por eso, no deberíamos opinar. Pero un conocimiento perfecto y exhaustivo de la realidad es imposible y en eso se basa precisamente la opinión, en poner la virtud subjetiva de la honradez a funcionar y decir lo que esta o aquella parte de la realidad nos parece. Tampoco conozco del todo -aunque algo de experiencia tiene uno a base de amigos, charlas, lecturas y viajes acumulados- la realidad de Galicia, Asturias, Andalucía?ni la de mi propia región; tampoco la de España en su conjunto, pero eso no me exime del deber de formarme una opinión ni de expresarla en público, en privado o como pueda.
En la cuestión catalana y sobre todo en lo de la propuesta consulta independentista hay un aspecto en el que hay que insistir: si se celebra el referéndum y los nacionalistas independentistas se salen con la suya, una sexta parte de los españoles van a decidir sobre la forma de estado que afectará a casi cincuenta millones de ciudadanos o preciudadanos (menores de 18 años). Esta trampa ya me ha tocado vivirla en otros ámbitos menos importantes para la historia de España, incluida Cataluña. Y ahí me sale tal vez una de las raíces prepolíticas más fuertes de la intrahistoria de mi terruño particular: la libertad. Cuentan los cronicones que, en tiempos de Reconquista -¡ya ha llovido y ha habido sequías!- Salamanca era una ciudad abierta en la que se admitía a todo el mundo y no se le pedía certificado de penales con tal de que estuviera dispuesto a defender la libertad de la ciudad con su vida, su hacienda y sus armas frente al enemigo musulmán, desplazado hacia el sur. Es difícil que a algunos quieran obligarnos a hacer lo que no queremos hacer. Y en plan chulo: a mí nadie me puede obligar a hacer ni siquiera lo que quiero hacer. Esto de la libertad es una manía prepolítica difícil de erradicar; se puede intentar domesticar, pero antes que después rebrota.
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