Tal vez porque, después de mi "bautismo" como Teniente de Infantería en un C.I.R., mi primer destino específico del Arma fue en varias guarniciones de la provincia de Cádiz ?Tarifa, San Roque y La Línea de la Concepción-, tal vez por el contraste del medio andaluz frente a nuestra austera Castilla, o quizá por la simpatía de sus gentes, lo cierto es que siempre he sentido un especial cariño por este singular apéndice de la geografía española. Siempre que me ha sido posible, he procurado pasar algunas vacaciones cerca de la "tacita de plata" y, para mayor suerte, tengo una nietecilla de 3 años que vive, siente y habla como una perfecta gaditana. Por todo ello no es extraño que, en este momento, esté disfrutando del mar y las gentes de "Cai".
No importa el tiempo transcurrido desde la última visita. Entablar conversación con cualquier lugareño o, simplemente escuchar las suyas, me es suficiente para sentir la necesidad de esbozar una sonrisa porque, de verdad, tienen el humor a flor de piel. He tenido ocasión de pasar aquí algunos Carnavales y, para un sencillo castellano-leonés, debo reconocer que es otra forma muy distinta de entender la fiesta. Su gracia tiene un toque especial que te impide permanecer impasible ante sus "golpes".
Pero, conste, yo no estoy haciendo publicidad interesada para fomentar los ingresos turísticos de esta parte de España ?entre otras razones, porque en ese campo ya no lo necesita-. No. Hoy quiero desde aquí, como español de a pie, agradecer a esta ciudad las buenas sensaciones vividas en esta tierra y, también, poner de manifiesto el papel que ha desempeñado en la Historia de España. Sin entrar en leyendas forjadas en torno a su situación como límite del mundo hasta entonces conocido ?columnas de Hércules-, hay que admitir que su particular situación geográfica, la aparición de valiosos materiales en el subsuelo de la zona y la inquietud de los pueblos que buscaban extender sus redes comerciales, contribuyeron al establecimiento de una de las más antiguas ciudades del entorno en la antigua Gadir y actual Cádiz. Continúa su prosperidad durante la ocupación romana de cuya etapa guarda numerosos y valiosos restos, y llega la invasión árabe de la Península, hecho que sucede precisamente en un lugar muy gaditano: Tarifa. Con su especial gracejo, los tarifeños dan otra explicación al acto heroico de Guzmán el Bueno. No es que el caudillo español lanzara su puñal al moro para que éste ajusticiara a su hijo, es que, cuando lo tenía en la mano, se lo llevó el fuerte viento que reina normalmente en el estrecho. Otra gracia bien conocida, la lucían en sus vehículos con la siguiente pegatina: Tarifa, paraíso entre dos mares; la mare que parió al Atlántico y la mare que parió al Mediterráneo.
Es Alfonso X el Sabio quien la reconquista y, como consecuencia del auge que experimenta, se ve obligada a salir de sus primeros límites amurallados. A partir de entonces es sometida a constantes ataques y saqueos que van mermando su potencial económico. En una de estas acciones pierde nuestra protagonista el Peñón de Gibraltar, desde entonces en poder de Inglaterra. La pujanza retorna cuando la Casa de Contratación sevillana se traslada a Cádiz a principios del XVIII; hasta que, por el aumento del número de puertos que comercian con las Indias, vuelve un difícil período de crisis, agravado por las continuas agresiones británicas ?batalla de Trafalgar-.
Cuando las tropas de Napoleón invaden la Península, asistimos a algo más que una guerra. Con ser importante, no se trata sólo de expulsar al francés; hay que aprovechar la ocasión e introducir los cambios necesarios para que el poder absoluto como sistema político de gobierno deje paso a formas de mayor participación del pueblo. Aquí es donde comienza el protagonismo de la ciudad de Cádiz, que resultaría decisivo para el alumbramiento de la futura Constitución de 1812. Es cierto que el Consejo de Regencia, partidario del poder absolutista, se vio obligado a admitir lo que ya era un hecho consumado: la convocatoria de Cortes constituyentes en Cádiz, como punto más alejado de la Madrid y, a la vez, más protegido de los franceses. Pero también es cierto que la composición de los diferentes grupos de diputados participantes no presagiaba, ni mucho menos, la posibilidad de sacar adelante un proyecto más liberal, en el que el pueblo tuviera una intervención más directa.
Durante los tres años que duraron los debates de unos diputados que, curiosamente, no siempre fueron los mismos, se estableció una verdadera lucha sorda por conseguir avances ante la manifiesta resistencia de los elementos más partidarios del régimen anterior. No todos los debates tuvieron lugar dentro del histórico Corral de Comedias. El ambiente liberal que se respiraba en la calle hizo que muchas de sus plazas y calles se convirtieran en verdaderos parlamentos donde se dictaban encendidas proclamas vivamente aplaudidas por un pueblo muy comprometido. Este ambiente de la calle influyó, y mucho, en el ánimo de los diputados más reacios al cambio.
Después de oír los famosos "tanguillos" del Carnaval, no es extraño que aquellos gaditanos de principios del XIX, con sus coplas graciosas pero muy reales, fueran capaces de ablandar voluntades para sacar adelante la "Pepa". Lástima que fuera abolida tan pronto; aunque su espíritu sigue con nosotros. Y, en buena parte, se lo debemos a los gaditanos.
La crisis que azota a medio mundo se está haciendo más patente en Cádiz. A la dificultad de encontrar caladeros para sus pescadores, hay que sumar la falta de pedidos en sus afamados astilleros. Con un paro amenazante y un porvenir sombrío, tiene mucho mérito el pueblo que es capaz de conservar su buen humor, hasta decir que el AVE llegará a Cádiz el día que se quede sin frenos en Sevilla. Por todo ello, mirando para el resto de España, desde aquí les digo muy fuerte ¡Gracias, Cai!
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