Autocrítica

Hace ya mucho tiempo que en la tradición cristiana se dice lo de ver la pajita en el ojo ajeno y no ver la viga en el tuyo.

Basta encender la televisión para ver rebaños criticando a diestro y siniestro sin hacer una sola propuesta de interés comunitario.

Estamos acostumbrados a ver a los políticos escandalizarse con los del signo contrario mientras ellos practican la misma acción en el suyo.

Pero en la intimidad de nuestros hogares y en el secreto de nuestras mentes estamos en una situación similar. Nos emitimos en jueces de lo ajeno y encontramos justificaciones para cada una de nuestras fechorías.

Volvemos a las surrealistas explicaciones de políticos como Puyol, pasando por los argumentos de un maltratador, el análisis de un alcalde o el sagrado ejemplo de un obispo.

La introspección no sé si pasa por la cabeza, el corazón o los dos a la vez, pero es un ejercicio difícil de ejecutar con éxito. En temas deportivos o resultados objetivos es fácil evaluar, e incluso puede ser psicológicamente pernicioso para el individuo por exigirse demasiado y estar dispuesto a pisar al contrario para conseguir sus ambiciones.

En el terreno emocional y social es donde la autocrítica se complica contra unos y exonera a otros. Muchas veces he descubierto que no siempre en la cárcel o en el psiquiátrico están los que más riesgo tienen de hacer daño a los demás.

Conozco personas que generan mucho daño a los demás y aparentemente no tienen consecuencias, podríamos decir que están dentro de la ley y la norma social, porque incluso se les considera personas respetables. Otros en cambio son desahuciados y denunciados a la mínima, por su procedencia, por su diferencia o por su dependencia afectiva.

Me resultan sospechosos los soberbios y los populares, no porque los juzgue que es algo que me propongo erradicar de mi pensamiento, intentando mirarte a ti mismo el juicio es algo que sobra porque obviamente todos fallamos.

La historia es que si los modelos sociales son los que mejor se esconden esto de la vida comunitaria se convierte en una farsa. Que tampoco pasaría nada sino se generara sufrimiento a los que van de cara, a los que son auténticos y se exponen, a los que buscan la verdad en los demás.