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EsPerma-cultura
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EsPerma-cultura

Actualizado 18/08/2014
Javier González Alonso

En 1978, Bill Mollison y David Hollmgren, ecologistas australianos, publicaron el libro "Permeaculture One". En él, recogieron una serie de ideas para crear sistemas agrícolas estables, en contraposición a la rápida expansión del uso de métodos agroindustriales destructivos, desarrollados tras la segunda guerra mundial, que estaban envenenando la tierra y el agua, reducían la biodiversidad y hacían desaparecer billones de toneladas de suelo fértil, dejando paisajes arrasado e inútiles para su posterior uso. El concepto, ideado en principio para los sistemas agrícolas, pronto fue aplicado a otros aspectos de la vida cotidiana, como la construcción, la educación, la economía y la organización social en general, aportando diseños de sistemas sostenibles, integrales.

Quien quiera asumir los principios de la permacultura debe tener claros los tres "ingredientes" básicos de su Ética:

1.- Cuidado de la Tierra, incluyendo todo lo natural, sea ser vivo o no, es decir, plantas, animales, microorganismos, suelos, atmósfera, agua, etc.

2.- Cuidado de la gente, satisfaciendo las necesidades básicas, alimentación, vivienda, educación, empleo digno, relaciones sociales y dignidad humana; no es posible centrarnos en tener un planeta sano si la gente no tiene sus necesidades cubiertas.

3.- Manejo justo de los recursos, o compartir los recursos con equidad, mediante un compromiso personal de utilizar sólo los recursos necesarios, dedicando el resto de tiempo, dinero y energía en lograr los primeros dos objetivos. Al fin y al cabo, una vez satisfecha las necesidades básicas propias, nada mejor que ayudar a que otras personas puedan también tener una vida digna.

Una forma de actuar, de vivir, que busca fluir con la naturaleza en vez de combatirla, pues cualquier cosa puede ser, o bien un recurso, o bien un obstáculo, dependiendo de la manera de ver y actuar que tengamos respecto a ello. Las heces animales, por ejemplo, pueden ser un foco de contaminación y molestias, en una granja, pero es posible usarlas para elaborar fertilizantes orgánicos, evitando la fabricación de abonos químicos, elaborados con petróleo y, por lo tanto, no renovables; o elaborar adobe con los excrementos vacunos, o usarlos como combustible, tal y como hacen en ciertas zonas de África.

Observar cuidadosamente, buscando patrones de comportamiento, es el inicio para imitar a la naturaleza. Hay que valorar la diversidad, la policultura y el aprovechamiento de los espacios y funciones de cada uno de ellos. Frente a la agricultura comercial, que utiliza la monocultura, la exclusividad de cultivos, hay que organizarse en sistemas cooperativos, de tal manera que los elementos aprovechen sus propias características. Un perfecto ejemplo lo encontramos en las dehesas del Campo Charro. Son espacios únicos en cuanto a la integración de ganadería, arbolado, matorral, pastizal y sus zonas limítrofes, que sirven de reserva de la enorme biodiversidad presente. Sus interacciones son tantas que se necesitarían varias columnas para poder explicarlas.

Un ejemplo más sencillo lo encontramos en Sudamérica, donde se siembra maíz, judía y calabaza juntos: el maíz necesita suelo fértil, las judías fijan nitrógeno al suelo, alimentando al maíz y a la calabaza, pero necesitan un soporte para elevarse, que encuentran en el propio tallo del maíz. La calabaza cubre el suelo, conservando la humedad y evitando malezas, de lo que se aprovechan sus compañeras. En este caso, las necesidades de fertilizantes y humedad se ven drásticamente reducidas.

Debemos asumir que el trabajo lento, pequeño, mantenido dentro de los límites de los recursos, es la única solución a muchos de los problemas ambientales actuales. La naturaleza, nunca tuvo prisa; tardó 4.000 millones de años en crear la vida? y estamos deshaciendo tan arduo trabajo en unas pocas décadas.

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