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Soy de Guijuelo 1
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DESDE LA PASTORAL UNIVERSITARIA

Soy de Guijuelo 1

Actualizado 17/08/2014
Policarpo Díaz

El pasado viernes 15, en la fiesta de Nuestra Señora de la Asunción, Guijuelo celebraba el día grande de sus fiestas. Soy nacido y criado en Guijuelo. Presumo de mis raíces. Yo no me puedo comprender a mí mismo sin mi pueblo, sin mi familia, sin mis amigos, sin mi escuela, sin mi parroquia, sin las calles y plazas de mi pueblo, sin los comercios y bares, sin la piscina y los espacios de deportes y de juegos, sin la vida cotidiana de una familia de Guijuelo que me vio nacer y crecer unos años antes del inicio del último cuarto del siglo pasado.

Quiero escribir sobre Guijuelo desde tres claves. Con los ojos en el pasado, con los pies en el presente y con el corazón en el futuro.

Con mis paisanos comparto una mirada llena de nostalgia y de ternura en el pasado. Qué suerte haberse criado en este pueblo. Qué suerte haber nacido en el seno de una familia de chacineros, en el barrio de "Cuatro caminos", a un paso de la escuela, enfrente de "Pedro, el de los Hígados", cerca de la tienda de Tere, a la que iba, cruzando la calle, cada vez que pillaba una perra, desafiando a mi abuela Manuela, que buenas broncas me echaba, porque me podía pillar un coche. También muy cerca de la tienda de Angelines. Jugábamos en el alto. Tuve como vecinos a gente entrañable, mis vecinos de la calleja, que así la llamábamos antes de ser calle, es decir, antes de asfaltarla. Éramos, como en cada barrio de nuestro pueblo, una gran familia.

Qué suerte haber sido alumno -entre otros- de don Antonio Galán, de doña Lola ?que nos hizo sudar tinta y devolver el desayuno casi todas las mañanas de cuarto-, doña Antonia, de doña Nati y don Marcial, doña Esperanza, Mari Carmen y demás. Qué recuerdos tan bonitos en la Biblioteca con Carmen al frente, cuando pasábamos tardes enteras leyendo a Tintín y demás.

Qué suerte haber sido feligrés de don José, de don César, de don Horacio, de don Matías, los curas de mi infancia y primera juventud.

Qué suerte de haber sido un niño de la generación del 67, buena cosecha, vive Dios, llena de chicos y chicas, con unos valores enormes, afirmo que no inferiores, ni mucho menos, a los anteriores y a los posteriores. Cualquiera de ellos, podrían estar con más méritos que yo, haciendo este pregón. Recuerdo con mucho cariño a todos. A algunos de ellos les he casado. Con muchos sigo manteniendo una amistad muy grande.

Qué suerte haber jugado en el campo Iberia, en el regato Caganchas, en el Torreón, en el atrio de la Iglesia, en el Alto de mi barrio, en el campo de fútbol actual, cuando era de tierra, en la pista de tenis que había encima de las piscinas, que hoy, es césped de las mismas...

Qué suerte haber estrenado las piscinas, haber visto en esta misma plaza conciertos de grandes artistas como Rosa León, Olé Olé o Celtas Cortos, además de otras muchas verbenas que contrataban Pepe Cuchara o Ismael y nos emocionaban y nos llenaban de ritmos mientras correteábamos jugando al escondite. Nos gustaba especialmente escuchar al grupo local Fusión.

Qué tiempos. Qué de raíces, qué de recuerdos, qué de vida. Cuántas risas, cuántas travesuras, cuántos acontecimientos y gentes han ido tejiendo estas personas que hoy somos.

Cuántas tertulias geniales escuché en el Casino, cuando iba a leer el periódico, aunque en el fondo a lo que iba era a poner la oreja, para aprender de aquellos catedráticos de la vida como Catoño, Pititi, entre otras personas admirables y verdaderamente sabias.

Cuánto aprendí siendo monaguillo, porque las sacristías siempre han sido verdaderas escuelas de pillos y verdaderas escuelas de fe. Con mi amigo Jesús, el Resti, un verano jugábamos a hacer trastadas y al verano siguiente, a hacer obras buenas. Cuánta gente nos tuvo que aguantar. Íbamos a pedir agua a los bares, cuando no había para el limón y el pincho. Y algunos, hasta nos daban gaseosa.

Qué gente tan maravillosa: nombrarlos a todos es imposible en una breve columna. Cómo no recordar los bares desaparecidos, que nos vieron crecer, como el Rincón, la Fonda Comercio, el Imperio, la Favorita, la Viña, el Minuto, el Juanito, el Vianju, el Serrano, el Polvorín, el Benja, el Víctor, el Disco bar, el Pepe, el Deme, el Carri, el Manila de Manolín y Nati, el Casino, el Pilatos, la Perdiz, el Torres de la plaza, la sala de juegos de Julián, el Daysi, la Taberna de Juan, el hogar del instituto, el primer Gotas, el Mesón de Manolo, el Charro?

Nos mandaban nuestros padres ir a comprar donde Manolo Vega, a la tienda antigua de Ezequiel, al comercio de Turi, a arreglar los zapatos donde Rodri, a la zapatería de Amparito, o de Pepe, o del señor Esteban. A la frutería de los aceituneros. A coger cola en la pescadería La Fama o a la de Alonso, y a la carnicería de los Chacas, o a la de Isidro, o a la de Pepe, o a la de Los Santos? O unos tornillos donde Rodilla, o unas salchichas a casa de Guíller. Mamá nos llevaba a comprar la ropa donde Mari Meli, o Curucha o la Engracia, o el Barato o compraba la lana en Tinita o Javi para hacernos ella las chaquetas. También alguna vez a la Boutique, aunque eso era más para niñas. Los libros y cuadernos donde Salsamendi, Gerardo o la Maika. La cosa de droguería donde Beleña, o la Carmina. A buscar recetas primero a donde Don Eloy, más tarde a Don José, Don Gabriel, o Don Isidoro y luego a las farmacias de la carretera o de la plaza. Claro, los sábados, era obligado madrugar a acompañar a mi padre -que en paz esté- a dar una vuelta por todos los puestos del mercado en la plaza y a comprar en algunos. También era obligada la visita a los Bocachicas a comprar queso. La leche nos la llevaban Antonio y Sátur a casa cada día. Y las fotos para el libro de familia numerosa, eran cosa de Herminio, después de Jero.

Con cuanto orgullo y tanta gratitud uno puede ir por nuestro pequeño mundo, presumiendo de haber nacido y haber vivido en este rincón de la provincia de Salamanca que se llama Guijuelo. Todavía recuerdo, como en mis primeros años del seminario, recién salido de Guijuelo, cada vez que venía al pueblo de fin de semana o de vacaciones, contaba las grúas de las obras que se hacían en nuestro pueblo y luego competía con orgullo con mis compañeros de Peñaranda, de Vitigudino, de Ledesma... Y siempre ganaba yo. Mi pueblo era el más próspero, el más grande, el mejor, el que más veces salía en la Gaceta y el Adelanto. Anda que no presumí el año que Guijuelo consiguió la Denominación de Origen, o ganó el "Gran Prix" o cuando los ascensos del Guijuelo a 2ª B.

Con mucha alegría nos iniciábamos a los trabajos solidarios y comunes en la entrañable Asociación cultural Villa de Guijuelo. Qué interesantes los ciclos de cine en el San José y sobre todo cuando a la mitad de la peli, proyectaban ese famoso: "en el descanso, visite nuestro bar". Qué recuerdos de aquellos campamentos de verano promovidos por la parroquia en tiempos de Don Matías, y que supusieron un verdadero avance en la vida pastoral de nuestro pueblo, junto con un nuevo planteamiento de la catequesis, de la casa y locales parroquiales. Pero sobre todo, aquello fue una escuela de fe y de amistad.

Recuerdos. Cada calle y cada plaza, un montón de ellos. Todavía, uno de mis mayores placeres, que suelo hacer dos o tres veces al año, es pasear por las calles, aunque sólo sea dando una vuelta fugaz con el coche. Y ese montón de recuerdos no sólo es mío, naturalmente, cada uno de vosotros tenéis una historia tan llena o más de recuerdos y de cariño hacia este maravilloso pueblo que nos ha regalado Dios para nacer y vivir en él.

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