Jóvenes, guapos y con inglés

Alza el brazo sosteniendo la bola y, a la par que le da un ligero empujón hacia arriba, sacude un imponente golpe a la pelota con la raqueta que sostiene con fuerza, su adversario le mira y busca la ubicación correcta para poder devolver el golpe. El calor, el esfuerzo, la ilusión con la que juegan y el trabajo realizado se deja ver por medio de los importantes chorreones de sudor que caen por su frente, por la sonrisa de su rostro y por el agotamiento que se refleja en ellos.

Tras el partido, una buena ducha, un poco de relax y el coloquio que sobre el devenir del partido y su desarrollo se colige entre dos buenos amigos y mejores contrincantes. Que si recuerda ese gancho con el que devolví el mate que intentaste, que si la bola que te dio el 2 set no había entrado, por más que te empeñes, que si estás gordo y se te nota en las carreras, que si la edad no perdona, que si?. Unas buenas risas y una mejor conversación.

En ese ambiente, mi amigo comentó que, en su trabajo, había dado la orden de contratar a gente que reúna tres características: jóvenes, guapos y con inglés, pues una empresa moderna precisa de ese tipo de perfil de trabajador, si quiere competir en el mercado global.

Me dejó estupefacto y no sólo por que yo no cumplo ni uno solo de los requisitos, sino por lo cruel, discriminatorio y errado del sistema. Qué pasa con los feos, que se mueran los feos. Qué pasa con los que saben francés, como si no supiesen nada de nada. Qué pasa con los que superan los 45, que acumulan una experiencia, una capacitación y un saber, así como una vida útil muy amplia, y que pueden aportar mucho más que un jovencito que o no tiene experiencia, o le falta recorrido, o aún tiene el ímpetu demasiado a flor de piel, que se mueran y así no hay que pagarles jubilación.

Mi amigo sonrió y me confirmó que, pese a todas las razones, que entendía, el momento social, político y económico requería ese tipo de perfil, que era consciente de que se pagarían las consecuencias de tan grave decisión, pero el mercado exigía esas medidas.

Si sabes que se pagará, por qué no atemperar la medida y sofocar sus resultados, le pregunté, y con un "eso se debía de hacer" intentó zanjar la cuestión.

Qué pasó con Robin Williams, con 63 años, con una sonrisa en la boca, poniendo a todos una sonrisa, con la alegría como carnet de identidad, capaz de hacer lo serio y después colocar un gesto de ilusión en tu rostro. Pues te lo diré amigo, que con esos criterios modernos, con eso planteamientos, los que tienen una sonrisa también lloran y se convierten en un capitán al que seguir, pero pierden el tren de la juventud y se van.

Me miró, su rostro ensombreció y, con gesto muy serio, asintiendo con la cabeza, me confirmó que tenía razón, que el capitán no lo había soportado y me miró a los ojos y me pidió: tú no pierdas la sonrisa, por favor.