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Nadie es perfecto, señor Pujol
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Nadie es perfecto, señor Pujol

Actualizado 12/08/2014
Fernando Robustillo

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En uno de esos juegos en los que te dan una palabra y tú tienes que contestar lo primero que se te ocurra, a la palabra "rentabilidad", no sé por qué asociación, respondí "Pujol". Pero esto no es nada, repetimos la palabra con otros amigos y también se obtuvo idéntica respuesta.

Pujol, de joven, fue un Jenaro García cualquiera, ya saben, el de Gowex, el mismo que quiso acorralar a Felipe González en un acto en la Universidad Autónoma y que tanto crecimiento empresarial fue aunando a partir de un gesto como aquél. ¡Cuántos empresarios no se habrán puesto a los pies de un chaval tan corajudo!

Lo de Pujol fue parecido en cuanto al rédito. Para usar una expresión de la época, corría el año 1960 y en una visita de Franco a Barcelona, en la que hubo protestas por toda la ciudad, el más listo de la clase, a la sazón Jordi Pujol, se marchó a encabezar la gran protesta, la más rentable de todas, la que se produciría a los ojos del dictador.

Ocurrió en el Palacio de la Música de Barcelona y aquello le supuso dos años de cárcel, pero con ese gesto había nacido un líder. La revista "Ecclesia", de manera impensable, publicó un editorial en el que mencionaba que el empleo de la violencia por parte de un "servidor del Estado" debía considerarse como "incumplimiento del deber". Esta defensa respondía, si acudimos nuevamente a la terminología de la época, a la pertenencia de Josep "a una buena y religiosa familia catalana".

A partir de entonces, Pujol quedó para siempre en la memoria del pueblo catalán y llegada la democracia éste le aupó a las mejores cotas de influencia. Su sagacidad nadie la puede poner en duda. Siempre se distinguió en poner una vela por España y cuatro por Cataluña. Una especie de doctor Jekyll y Mr. Hyde muy rentable para los catalanes.

Pero nadie podía sospechar que tal amor por Cataluña le estaba suponiendo tan suculentos resultados en el plano "privado", según lo dicho por su sucesor Artur Mas. Sin embargo, durante los treinta y cuatro años que le duró su aventura política de sillón, veintitrés de presidente, el hombre tranquilo, Pujol, dormía tan a gusto encima de un polvorín y nadie podía sospecharlo.

¿Qué ha ocurrido para que Pujol saque a la luz sus cartas? ¿Sentía el aliento de Montoro soplándole en la oreja? Podía ser. Tratándole con el mayor respeto y generosidad, es posible que en estos últimos tiempos perdiera un poco esa paz por la que se distinguía. Quizá se lamentara que habiendo aunado tanto poder, cómo no pudo conseguir una Agencia Tributaria propia o la amnistía fiscal para Cataluña.

No obstante, existe una persona fiel sin la cual no se entendería al ex "president" catalán. Imagino que estará en el pensamiento de todos. O sea, una de esas señoras presuntas incultas financieras, como Cristina de Borbón o Ana Mato, que siempre están detrás de todo gran hombre. Hablo de su mujer, Marta Ferrusola, quien media vida se la pasó refiriéndose a su marido por el tratamiento del cargo: "Hable usted con el president". Y que pecando de sinceridad, en lo político aseguraba que su matrimonio siempre era un "menage a trois": "Él, yo y Cataluña".

Doña Marta ha sido y es una mujer amante del riesgo. Al cumplir sesenta años llegó a tirarse en paracaídas, y con anterioridad ya había subido en globo. Ahora se duda, con lo del 3% que supuestamente tenía montado su esposo y sus impagos a Hacienda, si aquellos deseos de volar no serían presuntos intentos de quitarse del medio. Ya sabe, doña Marta, esto no se puede entender más que como una broma.

No tuvo la misma suerte su hijo Oriol, desgraciado en amores, quien se echó una novia de pico largo que no se ha conformado con contar vida y hechos de don Oriol, sino hasta sus sueños.

Lo mejor de todo es que el señor Pujol padre se haya arrepentido, haya descargado su conciencia y ahora sabe que a recaudo le quedarán treinta años de bienes prescritos. El resto, "porca misèria".

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