"Piensa cabeza, no tengas pereza". Dicho popular
Estimados asesores ministeriales, quizá deban saber que nuestros alumnos están desmotivados. El exceso de regalos y de premios inmerecidos aumenta hasta el hastío los objetos que los niños poseen y que no necesitan. ¿Cómo no van a creerse las criaturas que se lo merecen todo, y más, si tienen de todo, y demás, sin haber tenido que demostrar algo? De ahí a pensar que el mundo está puesto para su servicio y disfrute? Luego nos dicen a los profesores: ¡Motívenlos! ¡Motívenlos! Las consecuencias del despilfarro y de la hartura a medio y largo plazo no se han hecho esperar; han brotado como un sarpullido ausencia de deseos y pérdida de estímulos para enfrentarse a los problemas y superarlos. Cualquier pequeño contratiempo se les hace un mundo.
No es de extrañar que en el Bachillerato los profesores nos encontremos que un examen de tres temas despierta una oleada de protestas en el alumnado. ¡Qué barbaridad! ¡Tres temas de un golpe! ?exclaman las pobres criaturas que en muchos casos ya tienen derecho a voto para elegir a los representantes políticos que deben gobernar el país. Por supuesto dos exámenes el mismo día es algo impensable, un drama. ¡Inhumano! -es la expresión que ellos utilizan. Hablar de las Pruebas de Acceso a la Universidad es gastar pólvora en salvas. Son la versión moderna de "Sólo ante el peligro", pero sin Gary Cooper. ¡Qué crueldad! ?tercian los padres contagiados al ver el desvalimiento de sus hijos. ¿Dónde se ha visto una prueba externa a los dieciocho años? ¡Son tan pequeños! ?puntualizan.
Estos alumnos faltos de motivación, son fieles practicantes de la ley del mínimo esfuerzo. Este precepto, tan extendido, tiene forma de balanza, escala o regla, y sus seguidores la utilizan en todas y cada una de las asignaturas para pesar o medir los esfuerzos que tienen que hacer para obtener la mínima nota aceptable por su familia. ¡En demasiados casos un cero lirondo y morondo! Porque ellos no son responsables de sus actos. ¡Si son unos niños! ?exclaman los padres justificándolos ante cualquier amonestación del profesorado. Unas veces la culpa de lo sucedido la tienen los compañeros del acusado, otras, el ordenanza que no estuvo vigilante, o el Instituto que no había previsto el percance, aunque casi siempre la cabeza de turco del profesor es la más socorrida. Las causas se pueden elegir después de señalar al culpable. Las más extendidas son que estuvo desatento, o es un maniático, o no lo sentó en clase con el compañero adecuado, o no supo motivarlo para que trabajase cuando no le "apetecía", o no tiene el suficiente carácter, o tiene demasiado, o bien porque una mosca que pasaba por allí, distrajo al chico y el inocente no se dio cuenta que mandaba a la mierda al profesor. En cualquier caso, el reo es un ente ajeno al niño; el tentetieso de la culpabilidad, que por mucho que se le acuse siempre se mantiene derecho esperando la próxima oleada de tropiezos, deslices y resbalones de su dueño. Y de la irresponsabilidad se deriva la impunidad. Los chicos están convencidos de que son invulnerables porque hagan lo que hagan, sus actos nunca tienen consecuencias negativas para ellos. Si acaso una reprimenda. Rehechas rápidamente las líneas tras el cruel castigo, los padres vuelven a estar dispuestos a batirse con quien haga falta para que su hijo no deje en ningún momento de ser el niño-rey o la niña-princesa.
Y para asegurarles un salvoconducto en el Instituto, les acompañarán a clase, amparándolos con frecuentes e innecesarias visitas al tutor y a los profesores. Niños que al ir avanzando en la adolescencia se vuelven perdonavidas. Llegan por la mañana al Instituto en la moto o en el coche que les ha comprado papá, y en el porche de la entrada encienden un cigarrillo, separan las piernas y se dedican a reírse y a hacer comentarios mordaces de los "pringaos" que van llegando. Engreídos, chulos y en ocasiones matones, en los cambios de clase y en los recreos reparten collejas entre sus compañeros más callados, pacíficos y apocados, lo que les provoca una hilaridad enfermiza. Ellos son quienes en las elecciones a delegado del grupo proponen como candidato al más lerdo, al callado o al que consideran más infeliz de la clase para poder reírse de él durante todo el curso.
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