Mujeres en Madrid

Las mujeres son frecuentemente noticia, y no siempre desde una perspectiva positiva. Son mujeres víctimas de violencia de género; son niñas de las que se abusa o son secuestradas; mujeres apedreadas, enterradas vivas, ahorcadas o azotadas por no someterse a las normas islámicas de algunos grupos religiosos extremistas... Y eso a pesar de las reivindicaciones, cada día más fuertes, de la necesidad de defender la igualdad de mujeres y varones en todos los órdenes de la vida y de la sociedad. Igualdad no necesariamente conseguida por el hecho de gestionar la paridad de cupo en diferentes grupos humanos y responsabilidades de gobierno, sea en el ámbito político, profesional o empresarial.

Las mujeres, sin embargo, se han hecho siempre cargo de sus obligaciones, aceptadas libremente o impuestas, y en muchos casos han sido motor de grandes éxitos, aunque las medallas se las hayan colgado con frecuencia los varones. Se ha solido decir que, detrás de un gran hombre hay siempre una gran mujer. Otras veces trabajan codo con codo, como es el caso que en estos días estamos siguiendo del misionero y las misioneras afectados por el virus del ébola o que han permanecido al servicio de los enfermos afectados por el mismo con peligro decantado de las propias vidas.

En esta semana me encuentro en Madrid con cerca de un centenar de mujeres de unas cuarenta diócesis, que se reúnen todos los años en diferentes lugares de España para ponerse al día en su formación cristiana, y asumir, en consecuencia, sus responsabilidades como miembros de la asociación Adoración Nocturna Femenina Española (ANFE). El tema es un tema de gran actualidad dentro del ámbito católico, con repercusiones también en el entorno social, puesto que no se trata de mantenerse en el interior de las sacristías, sino de asumir el papel que a los creyentes les corresponde en la convivencia social, política y profesional, como ciudadanos y ciudadanas de plena responsabilidad en la participación y la búsqueda de mejoramiento en el orden público y en el logro del bien común.

El profesor que orienta la reflexión es el teólogo de la Universidad Pontificia de Salamanca, el zamorano D. Francisco García. Y la reflexión gira en torno a las exigencias que nos impone a todos los cristianos el hecho natural y siempre nuevo de vivir y practicar el anuncio del evangelio cristiano, el testimonio de la nueva y permanente evangelización. Y la ocasión la da la carta apostólica programática del Papa Francisco que lleva por título en latín Evangelii Nuntiandi, "el gozo de evangelizar".

Las mujeres se toman en serio su responsabilidad en los deberes al interior de la Iglesia, de la familia, del trabajo, de la sociedad, y en nuestro caso, tratan de responder a las exigencias que les impone el hecho de estar libremente asociadas y centradas en la identidad propia de ser adoradoras nocturnas en la asociación femenina correspondiente, autónoma e independiente de la asociación de la Adoración Nocturna Española que llevan adelante varones de gran parte de las diócesis de España. Y las mujeres responden con el máximo empeño en la obligación libremente aceptada de ser adoradoras en la noche y testigos del Evangelio de Jesús de Nazaret por el día. El turno de adoración tiene lugar una vez al mes, y participan, además, en vigilias extraordinarias que suelen realizar, en muchos casos, en colaboración corresponsable con los hombres.

Una tarea desconocida por muchos e incomprendida por muchos otros, pero que coopera a la realización de la mujer y a su madurez y aportación a la sociedad civil y a la Iglesia católica, haciendo presentes valores y frutos que redundan en el bien común humano, religioso y social del mundo de hoy, en el que tantas veces se pasa de todo o se buscan únicamente frutos de enriquecimiento personal, familiar o grupal, o goces superficiales y pasajeros que dejan más insatisfacción y vacío después de ponerlos en práctica. Hay mujeres que merecen nuestro reconocimiento, agradecimiento y alabanza. Y a ello contribuyen los espacios que se les ofrecen o que ellas mismas consiguen, incluso en el interior de la misma Iglesia.