Soy un privilegiado

Y no me avergüenzo de ello. Al contrario, doy gracias a Dios, o me felicito de la aglomeración de casualidades ?si es que existen, que haberlas habrálas, mas non creo n'ellas- que han dado lugar a que yo viva en Salamanca, siendo como soy de diseño onubense y zamorano de nación.

Si yo tuviera una enfermedad importante, por ejemplo del corazón o del sistema nervioso, o del torrente sanguíneo o linfático, me gustaría vivir en Salamanca. Los equipos médicos son magníficos, de nivel nacional como mínimo y algunos de importancia mundial ?importancia en red, que los médicos tendrán su ego como todo el mundo, pero llegada la hora de colaborar, colaboran activa y eficazmente por el bien del paciente y de la ciencia. Y es un milagro, o casi, o más bien la lucha a brazo partido contra la estructura arquitectónica de unos hospitales construidos hace décadas, que obligan a que determinados servicios médicos importantísimos, el UCAI o Hematología del Clínico, por ejemplo, habiten ratoneras restringidas o estén sembrados por tres o cuatro rincones aprovechando las sobras de espacio; imagino cuál habrá sido la lucha para no sufrir los recortes en estos años de crisis y el derroche de trabajo, entrega, amor a los pacientes y a la ciencia, imaginación embridada por el conocimiento y la investigación, espíritu de equipo, aparcando las legítimas aspiraciones personales. Es también un milagro que algunos de nuestros políticos no hayan conseguido romper estos equipos. O a lo mejor es que han querido mantenerlos y se han visto negros con la escasez de los presupuestos. Bueno sería que, si la economía y la hacienda mejoraran, se notara un poco en la avance de las obras del hospital, demasiado retrasadas.

Si me asaltara un achaque propio de la edad, me consideraría un privilegiado, por la cantidad de amigos que me apoyarían en la distancia cercana o la cercanía distante, para no agobiarme. Y los creyentes me sostendrían con la oración, que es una cosa muy útil porque nos ayuda a darnos cuenta de que todo depende de Dios, después y al mismo tiempo que hemos hecho y hacemos todo lo que depende de nosotros.

Si experimentara el límite en carne propia, me consideraría también un privilegiado, porque mi familia vendría, como un solo hombre ?hombre y mujer-, a taponar las grietas del barco que amenaza zozobrar.

Si viera acercarse de repente el horizonte del futuro, a menudo percibido tan lejano y difuso, me creería un privilegiado por haber vivido una vida con sentido y por haber encontrado sentido a la vida presente. Al acercarse el horizonte, cosa por otra parte inevitable con la edad, aunque nadie sabemos su velocidad o aceleración, se retiran las brumas, la humedad o el polvo sahariano que embellecen el Sol aun ocultándolo y se nota más su calor en la piel y su luz en la caverna interior.

Me considero en fin, un privilegiado, por poder vivir en carne, sangre y linfa propia, lo que dicen Malaquías y San Lucas: «a los que honran mi nombre los iluminará un sol de justicia que lleva la salud en sus rayos» (Ml 3,20). Este sol «guiará nuestros pasos por el camino de la paz» (Lc 1,79). En fin, ser creyente lo vivo como un privilegio porque, a fin de cuentas, es un regalo.