Es también el verano tiempo propicio de museos, monumentos, exposiciones, que en nuestra ciudad a veces pasamos de largo, sin poder detenernos, o que en lugares más o menos lejanos no tuvimos ocasión de visitar. Es el verano tiempo para mirar despacio; sin embargo, no deja de sorprenderme, cuando viajo, el frecuente no-mirar de nuestras visitas y excursiones? Yo antes creía que la precipitación y la indiferencia solo acuciaban a mis alumnos cuando los sacaba ilusionada del aula a mirar otra cosa, y corrían desaforados por la salas, como perseguidos por algún fantasma, cual protagonistas de Noche en el museo, salvo que les retuviera un momento con alguna brevísima explicación, que invariablemente se veía interrumpida por el ¿cuánto falta para acabar?
Pues claro, los chicos corren y no miran, mas los adultos también, y más ahora que cada uno tiene su mágico dispositivo donde guardar la sin-memoria de lo-que- no -vimos, conexiones 4 G que apuran la existencia siempre más rápido que el tiempo real, y la lanzan a las redes sociales insustancial e insípida, veloz, sin haber rozado la belleza, el dolor o el trabajo expuesto ante nuestros ojos impasibles. Ojos que no ven, corazón que no siente, las instantáneas que corren por las redes son tan frías como cualquier folleto de viajes en temporada baja, o tan rancias como tarjetas postales de kiosko en traspaso, que ya nadie envía.
Sorpresa y consuelo he hallado en estas divagaciones al leer las páginas de Kandinsky, donde la agitación y despiste que deambulan por los museos del mundo ya se advierte y se describe con certera ironía, a principios del siglo pasado, en un ensayo titulado De lo espiritual en el arte (1911). Ahí encontramos tesis interesantes y renovadoras acerca del arte moderno y abstracto, acerca del artista, su mundo interior , su papel en la sociedad. Muchas de ellas son objeto de concienzudo análisis en las facultades de arte o filosofía, convertidas ya en un clásico de Estética.
Al hilo de nuestra reflexión el artista nos propone imaginar:
"Una construcción grande, muy grande, chica o mediana, dividida en diversas salas. Las paredes de las salas llenas de cuadros chicos, grandes, medianos. ?animales en luz y sombra? una crucifixión realizada por un artista que no cree en Cristo; flores, figuras sentadas?, a veces desnudas, muchas mujeres desnudas, ?manzanas y bandejas de plata?"
El fragmento, que he abreviado, continua señalando cómo lo que cuelga por las paredes se halla perfectamente explicado y anotado en un libro, cuyas páginas repasa el visitante, hoy añadiríamos audios, videos, instalaciones, etc. Copias de las copias de las copias, restregadas sobre el original del artista, que finalmente pasa tan inadvertido como el color de la pared, o el rostro del vigilante. Constato con Kandinsky que la gente se va exactamente igual que entró, sin emoción, sin inmutarse, sin transfiguración alguna, sin temblor en la mirada; y añado, la urgencia por la "toilette", el café del museo, o la tienda de "souvenires", apremia.
La gente se va, tan pobre o tan rica como entró, tan charlatana, tan ciega, tan desmemoriada, tan excitada por la siguiente visita del programa, y se deja absorber inmediatamente por sus preocupaciones, que no tienen nada que ver con el arte.
¿ A qué vinieron? Ah sí, tal vez a por los girasoles de Van Gogh que lucen en un hermoso mandil: girasoles, tortilla, patata, riman bastante bien, los tonos amarillos son prácticos para la cocina; o quizá a por el misterioso hombre del bombín del belga Magritte, que en el paraguas azul-otoño, acompañará melancólicamente al paseante junto a rio, onírico recuerdo de la madre ahogada.
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