La observación nos dice que los seres humanos deseamos constantemente sobresalir sobre los demás. Para ello nos atribuimos con frecuencia cualidades que los demás no poseen y que juzgamos estimables. En otros tiempos esas cualidades se consideraban virtuosas. Hoy ha cambiado la mentalidad. Son muchos los que se glorían de sus vicios.
Sin embargo, la soberbia está muy unida a la mentira y también al "menosprecio" de los demás. Nos engañamos a nosotros mismos al sobrevalorar nuestras cualidades, porque ignoramos las de los demás.
Si la soberbia está ligada a la mentira, la humildad nos mantiene con los pies en la tierra. Brota del conocimiento de la verdad sobre nosotros mismos y sobre los demás.
Tanto la soberbia como la humildad configuran la identidad moral de la persona. Así se expresa San Juan de Ávila en su obra Audi filia: "Entienda el hombre que aquello de que se ensoberbece, presto se lo quitará Dios; y el tiempo que lo tiene le aprovechará muy poco, porque la soberbia o quita los bienes o los hace poseer sin provecho".
Según el Santo, no debería caer en la soberbia quien al mirar hacia atrás ve cuán miserable cayó y al mirar al futuro no puede evitar el temor. Ante la tentación de la soberbia, el creyente ha de pedirle a Dios que le abra los ojos para conocer la verdad sobre Él y la verdad sobre sí mismo, "para que ni atribuya a Dios ningún mal, ni tampoco a sí algún bien".
Para el cristiano, el máximo ejemplo de humildad es Jesús. Según el mismo San Juan de Ávila, "convenía que el remediador de los hombres fuese muy humilde, pues que la raíz de todos los malos y males es la soberbia".
Hemos de reconocer que nuestra soberbia no nos permite vivir en la verdad. No olvidemos que para Santa Teresa de Jesús, "humildad es caminar en verdad". Por otra parte, sería bueno ver los pecados y las virtudes capitales en su dimensión social y comunitaria.
La soberbia tiene hoy dimensiones políticas evidentes. Los partidos políticos tienden a enaltecer su imagen, sus logros y sus proyectos, mientras desprecian los de sus oponentes. En realidad, muchos de los enfrentamientos de las regiones provienen precisamente de la altanería con la que se magnifican algunos datos que aparentemente reflejan la grandeza de las comunidades.
Además, la soberbia alcanza dimensiones continentales. Los países que se autodefinen como desarrollados, desprecian a otros países a los que sitúan en "vías de desarrollo". En realidad esa catalogación se apoya en algunos datos predominantemente técnicos o económicos que, por otra parte, no siempre reflejan la honestidad de los bloques político-económicos.
Los países pobres cuentan con frecuencia con una cultura humana muy superior a la de los países más desarrollados. Vivir en la verdad favorecería la convivencia la tolerancia y el respeto mutuo entre los grupos sociales y entre los pueblos.
LA CIZAÑA, EL MAL Y LOS MALOS
Domingo 16 del Tiempo Ordinario, A.
20 de julio de 2014
"Tú, poderosos soberano, juzgas con moderación y nos gobiernas con gran indulgencia, porque puedes hacer cuanto quieres". Esta oración se encuentra en el texto del libro de la Sabiduría que hoy se proclama en la celebración de la Eucaristía (Sap 12, 13.16-19).
Nos llama la atención la compasión de un Dios que puede hacer cuanto quiere. Entre nosotros, quien pretende ostentar el poder, se siente autorizado a juzgar con altanería a los demás. Una actitud muy lejana al comportamiento de Dios.
El texto extrae una doble lección moral: "Obrando así enseñaste a tu pueblo que el justo debe ser humano, y diste a tus hijos la dulce esperanza de que, en el pecado, das lugar al arrepentimiento". El proceder de Dios nos revela su corazón y puede enderezar el nuestro.
CLARIDAD Y PACIENCIA
Es un mal tratar de exterminar a los malos. El sueño utópico de la limpieza universal es admirable, pero peligroso. En las comunidades cristianas primitivas hubo quien pretendía que sólo los intachables podrían formar parte de las mismas. En ese contexto había que recordar la parábola evangélica del trigo y la cizaña.
Algunos criados sugieren a su amo la necesidad de arrancar inmediatamente la cizaña. Pero el amo teme que al arrancar la cizaña arranquen también el trigo. No es fácil controlar a los controladores. Así que es preferible que el trigo y la cizaña crezcan juntos hasta el tiempo de la siega (Mt 13, 24-43). Hace falta un poco de paciencia.
La parábola no da la razón a los intransigentes, que quisieran terminar inmediatamente con el mal. Pero tampoco se la da a los indiferentes, que ya no ven una distinción entre el bien y el mal. A unos y otros nos enseña que no somos los jueces definitivos de la historia. Hace falta mucha claridad para distinguir el bien y el mal.
JUNTOS HASTA LA SIEGA
"Dejadlos creced juntos hasta la siega". Esta advertencia del dueño del sembrado se refiere al trigo y la cizaña. Junto han de llegar al juicio de Dios. Entonces, "los justos brillarán como el sol en el reino de los cielos", como termina diciendo Jesús.
? "Dejadlos creced juntos hasta la siega". No tienen razón los indiferentes. El bien y el mal no se confunden. La cizaña no se convierte en trigo porque le cambiemos de nombre o porque las leyes le concedan un lugar en la sociedad. La realidad es más terca que nuestras etiquetas.
? "Dejadlos creced juntos hasta la siega". Pero nuestras etiquetas no nos dan derecho a destruir la realidad. Porque nuestros juicios son provisionales e inciertos. Todos podemos equivocarnos y arrancar el bien cuando pretendemos arrancar el mal.
- Señor Dios, que sembraste buena semilla en tu campo, ayúdanos a dar el fruto bueno que esperas de nosotros. Ten misericordia de nosotros y enséñanos a juzgar con misericordia a todos nuestros hermanos. Amén.
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