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Las bodegas de Cantalpino, vestigios de una industria vitivinícola floreciente
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El Ayuntamiento recuperó un lagar para mostrarlo al público como zona de exposiciones

Las bodegas de Cantalpino, vestigios de una industria vitivinícola floreciente

Actualizado 19/07/2014
Montse Hierro / Manu Hierro López

El municipio contó en el siglo XIX y XX con grandes extensiones de viñedos

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Las bodegas de Cantalpino, convertidas hoy en museo o espacio para el ocio familiar, son los mejores vestigios de la pujante industria vitivinícola del siglo XIX y primera mitad del XX. El término municipal contó con grandes extensiones de viñedos, que recorrían todas las laderas que rodean a la localidad.

Fue la enfermedad de la filoxera, generada por un insecto procedente de Estados Unidos, y que entró en la década de 1870 a la zona vía Portugal, la que fue devorando poco a poco las hojas de las parras de los viñedos.

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La elaboración de vino se mantuvo a lo largo del siglo XX pero en menor medida, con pequeños majuelos, destinados al consumo familiar.

El casco histórico de Cantalpino, la zona próxima a la plaza de España y de la Iglesia, está plagada de bodegas, algunas ya desaparecidas y otras reconvertidas, pero una de ellas, la municipal (VER GALERÍA FOTOGRÁFICA), guarda fielmente la fisonomía de entonces, con sus cubas y estructura de laboreo.

El cronista Oficial de la Villa, Antonio Gómez, describió magistralmente la actividad alrededor del vino en Cantalpino. En su libro "Dichos y hechos", el desaparecido maestro nos contaba lo siguiente.

Historia de una industria que se perdió

"De la floreciente industria vitivinícola de Cantalpino ya apenas queda nada. Es una pena ver los lagares arruinados, las bodegas subterráneas abandonadas, abiertas sus fauces sin puertas como viejas catacumbas. Deshechas las panzas de las cubas inmensas, las cinchas de hierro ya no sujetan los curvos tablones de roble que se abren en todas las direcciones como el abanico destrozado de una dama gigante.

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Y todo este abandono y esta lamentable ruina de una industria que otrora fue pujante y espléndida, no se debe a la incuria de los cantalpineses que de sobra tienen probada su laboriosidad, sino a un pequeño insecto que dio al traste con un montaje de siglos: la filoxera. Devoró raíces de los fértiles viñedos y el verde esmeralda que tapizaba las laderas fue sustituido por el color ocre de la muerte.

Algo se intentó remediar al replantar vides americanas, pero no fue lo mismo. Aquella colectiva industria vinícola quedaba herida de muerte y no ha vuelto a resurgir y hoy mismo se importa vino, mientras que antes se exportaba a toda la región.

Existían ocho lagares o bodegas en Cantalpino. Días antes de comenzar la vendimia varios equipos de cuatro hombres nombrados por la junta de cosecheros, se ocupaban de la limpieza de los lagares y pilones, lavado e hinchado de cubas, etc. y más tarde del prensado de la uva.

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Cada lagar era de 8 a 10 propietarios y cada uno de ellos iba depositando la uva cortada en un pilón o estanque donde esperaba el turno para ser exprimida. El primero era aquel que llevase antes al lagar cien cestos de uva. El turno de los restantes se hacían por sorteo.

Los grandes cosecheros tenían lagares propios colocados encima de las bodegas subterráneas y así, a través de canalones metálicos conducían el mosto desde el lagar a las enormes cubas de fermentación, algunas de ellas tan grandes como la llamada "La Navarrera" de 600 cántaros de capacidad, propiedad de don Felipe Sánchez que cosechaba unos 8.000.

En la elaboración del vino cada familia tenía su peculiar secreto para darle un bouquet característico. A veces consistía en saber echar la "madre del vino", hacer determinados trasiegos, añadir a los mostos manzanas, huevos, jamón serrano. La variedad de uva que se mezclaba en determinadas proporciones también contaba mucho a la hora de determinar el sabor.

De los orujos se obtenían aguardientes y el vino ya elaborado se iba a vender en acémilas por los pueblos del partido de Peñaranda, aunque era Cantalpino el mayor consumidor de su propio caldo.

Esta es, a grandes rasgos y dejando aparte las particularidades, la historia de una industria que se perdió y que llenaba de alegría y riqueza a la Villa de Cantalpino".

GALERÍA DE FOTOS DE LA BODEGA-MUSEO DE CANTALPINO (Manu Hierro)

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