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Diversidades sexuales no saludables
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Diversidades sexuales no saludables

Actualizado 18/07/2014

Hay numerosas diversidades humanas saludable, que enriquecen al arcoiris de los colores sexuales humanos. El viernes pasado comentábamos el caso de la homosexualidad, perseguida aún en unos ochenta países, una variante saludable de la orientación del deseo. Pero lamentablemente también hay parafilias o desviaciones de la orientación del deseo que provocan sufrimientos a la persona parafílica o hacen daño a los demás. El ejemplo tal vez más lacerante es el de la pedofilia: cuando una persona solo puede excitarse y encontrar satisfacción sexual con niños o niñas, prepuberes o en el entorno de la pubertad. No tenemos estadísticas fiables de la prevalencia de la pedofilia, pero todo parece indicar que son muy pocas las personas que tienen esta desviación. Se trata de personas cuya orientación hace más probable que cometan abusos sexuales, aunque también pueden ser buenos ciudadanos y controlar esta desviación, reprimir su deseo.

En todo caso, hemos de evitar el error, tan frecuente en los medios, de etiquetar a todo abusador de pedófilo, porque la mayoría de los agresores sexuales de menores no son parafílicos, sino personas con una orientación del deseo abierta a relaciones con adultos, pero que por diversos problemas (falta de ética, deficiencia de autocontrol, abuso de drogas, falta de habilidades sociales, extrema represión, etc.) no respetan a los menores y les instrumentalizan sexualmente. Puede tratarse de padres que abusan de los hijos o hijas, esposos que abusan de menores, educadores, religiosos, monitores de campamento o personas con cualquier profesión que por motivaciones diversas acaban abusando de menores. Un problema con una alta prevalencia, porque aproximadamente el entre el 10 y 15 por ciento de los chicos y el 20 y 25% de las chicas sufren abusos sexuales antes de los 17 años. No hay una verdadera prevención familiar, escolar y profesional de este problema, especialmente grave porque casi un 50% de las víctimas sufren el abuso de forma repetida por parte del mismo agresor, porque las víctimas, sus familias y no pocos profesionales no los denuncian.

Hace poco, como recordará el lector, en un colegio de Madrid hemos sabido que durante años un profesor ha abusado de un número importante de niñas y el director del centro, conocedor de los hechos, no lo había denunciado. Especialmente grave es que el psicólogo llegara a decir que no lo había denunciado, porque había guardado el secreto profesional. Semejante uso del secreto profesional es delictivo, porque éste no está nunca al servicio del agresor, el asesino, el terrorista, etc. sino del usuario que busca ayuda, pero no ha hecho daño a nadie.

Denunciar los abusos nos compete a todos: a la víctima, a su familia, a los profesionales y a cualquier persona que conozca un delito de esta naturaleza. Aceptar la sexualidad infantil y, a la vez, preservarlos de toda forma de abuso sexual es nuestro deber de padres, profesionales y ciudadanos.

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