Los procedimientos judiciales sobre banqueros, políticos, empresarios, etc, más allá de las circunstancias de cada caso, y de su presunta culpabilidad, nos debe hacer reflexionar sobre el precio social que pagan aquellos países donde el lucro y el poder se convierte en los únicos referentes morales, siendo éstos el criterio de diferenciación entre la buena o la mala praxis humana.
Cuando una sociedad hace de la codicia - de bienes materiales o de poder - el principal motor de la acción individual es inevitable que, tarde o temprano, se produzcan situaciones como las que se han venido dando. De la ausencia de un criterio moral superior a nuestras propias conveniencias particulares, se deriva una serie de consecuencias que nos afectan a todos. Si nuestro egoísmo es el punto central de nuestra vida, no hay deberes ni obligaciones excepto para nosotros mismos, y por tanto, no es necesario atender a nada más que a nuestros propios intereses.
Lo importante, en este caso, no es el debate sobre los casos puntuales de la beautiful people, sino el reconocimiento de que en nuestro país se ha dado un clima social que favorecía la reproducción simbólica de ese estilo de vida como pauta de referencia para toda una generación, como una presunta modernidad progresista. Si han existido estos escándalos financieros, que han tenido homónimos en otros países, ha sido precisamente porque el país no disponía de los anticuerpos éticos colectivos que reaccionasen a tiempo ante determinados estilos de actuación.
Se necesita una gran dosis de candidez para creer que este estilo ha sido sólo obra y gracia de un individuo. Entre otras cosas porque hemos tenido ocasión de ir descubriendo en estos años cuáles han sido los efectos de la ética de la codicia y del poder en la esfera pública. No es casual que nuestro país haya tardado tanto en reaccionar frente a la acumulación de escándalos en materia de corrupción, minoritarios en relación con el conjunto de personas que se dedican a la política.
Es verdad que escándalos existen en todos los países democráticos, pero en éstos la sociedad reacciona con mayor agilidad, y los propios políticos asumen unas obligaciones éticas que van más allá de las derivadas de los ordenamientos jurídicos positivos. Hay que reconstruir una ética civil de mínimos, capaz de evitar el vacío que ha dejado tras de sí el presunto derrumbamiento de los sistemas morales tradicionales. El intento sería meritorio. Empero, no podemos ignorar que ha sido precisamente, el triunfo de la ética individualista, y la progresiva marginación de la vida pública de conceptos de responsabilidad moral, como autoexigencia, como deber, lo que ha conducido a hacer posible el triunfo de la codicia y el poder como referentes ideales de la acción colectiva.
Porque, en definitiva, somos hijos de nuestro tiempo. Un tiempo en el que nos hemos liberado de los fundamentos tradicionales de la moral y de la religión, sin haber sido capaces de crear un nexo moral que una las voluntades de los ciudadanos de cada sociedad en un objetivo común. El humanitarismo cristiano ha tenido siempre presente la fragilidad moral de la conducta humana. No ha divinizado al individuo, ni lo ha denostado, ha sabido ponerlo en su lugar justo, aunque no siempre ha sabido actuar o llegar a todos los ciudadanos de forma adecuada.
Por eso esta crisis económica y social es una buena ocasión para que todos reflexionemos sobre la necesidad de alimentar permanentemente el fundamento moral de nuestra democracia, para evitar que en el futuro, los errores inevitables, de los individuos, puedan ser expuestos de forma impune como bienes para la comunidad. Esta es la gran tarea o nueva andadura colectiva en la que todos tenemos que aportar nuestro esfuerzo personal, porque en ella se juega, más allá de unos logros materiales, la misma posibilidad de que nuestra sociedad sea una comunidad auténticamente humana.
La empresa Diario de Salamanca S.L, No nos hacemos responsables de ninguna de las informaciones, opiniones y conceptos que se emitan o publiquen, por los columnistas que en su sección de opinión realizan su intervención, así como de la imagen que los mismos envían.
Serán única y exclusivamente responsable el columnista que haga uso de nuestros servicios y enlaces.
La publicación por SALAMANCARTVALDIA de los artículos de opinión no implica la existencia de relación alguna entre nuestra empresa y columnista, como tampoco la aceptación y aprobación por nuestra parte de los contenidos, siendo su el interviniente el único responsable de los mismos.
En este sentido, si tiene conocimiento efectivo de la ilicitud de las opiniones o imágenes utilizadas por alguno de ellos, agradeceremos que nos lo comunique inmediatamente para que procedamos a deshabilitar el enlace de acceso a la misma.