Silly Mind

Aquella tarde al llegar a casa del duro trabajo, Eleno, como casi todas las tardes, se enfundó su mono de deporte para llevar a cabo el recorrido que últimamente venía haciendo. Había llegado al punto donde la lluvia, el cansancio y un sofá que le miraba con ojos de un solo conmigo, pareciera no le importaran. Todo era igual, tenía grabado en la mente el día de la carrera. Estaba obsesionado con superar y quedar bien delante de todos. No sé, supongo que sería una cuestión de algo o de ego.

Esa tarde era diferente. Nada indicaba que lo fuera, pero él lo sabía. Vivía solo en una ciudad llena de todo para nada y las cuestiones del hogar eran parte de su labora. Así, mientras se ataba las zapatillas, recordó que debía de hacer la compra en el Tesco de la esquina de Jamaica ´s Road, allí donde siempre terminaba el recorrido.

Había aprendido que en el camino, cualquier peso lo único que producía era carga, pero esta vez era necesario. Se colocó una pequeña mochila a la espalda que fuera lo suficientemente grande para albergar la cartera y lo suficientemente pequeña para no lastrar sus fuerzas.

Bajó las escaleras rápidamente y empezó allí donde el cielo color panza de burra se acababa donde empezaban las torres de Canary Wharf. Como todos los principios, duros y dudosos. A la altura de Canada Water, atravesaba un pequeño canal donde ánades y nenúfares parecieran que no los hubieran movido en siglos. Poco después, cruzaba "The Old Justice", el más British de todos los Pubs si no fuera porque estaba regentado por un Coreano marcado por el signo de la globalización.

Superando el tercio del recorrido, curiosamente la merma de oxígeno en el cerebro, empezó a dar mayor clarividencia a sus ideas. Este era el momento que más agradecía Eleno. Rodeado de coches, gente, vida, ruido, sin que apenas los sintiera. Era un solo ? consigo. Aquella tarde incluso le pasó desapercibida aquella maravillosa vista de la Isla de los Perros desde lo alto del depósito de Stave Hill.

Más allá de los dos tercios del camino se situaba la entrada este de Southwark Park, un inmenso parque tan lleno de vida como de ardillas. En ese mar color a hierba, pareciera imposible que 15 minutos al oeste, se situaran miles de edificios disputándose el cielo. Hasta el momento, la mente de Eleno había estada apegada al ruido exterior de la vida y después a ese diálogo interior que tanto le reconfortaba.

La entrada al parque fue distinta. Necesitó sentir su aliento para notar un trote detrás de él. En seguida, su diálogo interior empezó a desvanecerse a la vez que empezaba a depender progresivamente del ruido exterior: ¡Maldita sea me van a superar! Inmediatamente aceleró, a esa altura, las fuerzas ya no le permitían virar atrás para la distancia que llevaba al adversario. ¡No puedo quedar así! Se decía a sí mismo constantemente. Hubo un momento en el que se sintió agobiado, subía el ritmo pero los pasos amenazantes lo hacían en la misma proporción. Se desmotivó. No pudo más y ralentizó el paso, ni cuerpo ni mente podían acompañarle apenas a unos metros de la llegada. Le llegó la frustración y aunque no lo aceptara, le pasarían. Cayó al suelo exhausto y desesperadamente miró atrás. No había absolutamente nadie, nadie le había seguido, ni las ardillas de siempre.

En ese momento Eleno se dio cuenta que quien producía el ruido de los pasos era la cartera que llevaba en la mochila. Ese día fue diferente para él. Comprendió que sus males no pesaban por dentro, sino por ese dentro haciendo caso afuera,?

Siempre habrá alguien mejor que Tú. Pero nunca nadie mejor que Tú.