Pruebas de la existencia de Dios

Estoy aprendiendo a vivir como jubilado. Se supone que un jubilado, o jubilada, en la medida en que su salud o los nietos lo permitan, puede hacer lo que le dé la gana, cosa no del todo cierta, porque hay que buscarse el garbanzo de la libertad cada día, bien dándose caprichos, bien convirtiendo en libertad lo que tienes que hacer necesariamente, o te has comprometido a cumplir. Sea como fuere y dado que estamos en verano me estoy dando el capricho de leer las Lecciones sobre las pruebas de la existencia de Dios, que Hegel dictó en Berlín en el semestre de verano de 1829, en la traducción del buen amigo sacerdote mallorquín Gabriel Amengual, editado por Sígueme.

No sé si cuando acabe tendré las cosas más claras o si mi cerebro girará cual peonza dialéctica de un extremo al contrario. Lo que sí tengo claro es que, para Hegel el tema de Dios es importante, como importante lo fue en el más famoso debate habido en los 'tiempos modernos', entre Russell y Copleston, en la BBC, conocido como 'debate sobre la existencia de Dios'. Claro que ya no están los tiempos para tanta profundidad y nos basta, aparentemente, con lo que 'podemos' discutir.

¿Puede el entendimiento llevarnos hasta Dios? El entendimiento nos ha llevado a un desierto espiritual fácilmente descriptible: no vale la pena hablar sobre Dios, porque es un tema del pasado. ¿Será entonces el sentimiento el que pueda llevarnos al encuentro con Dios? El sentimiento es voluble y también se seca, como dicen del amor: "fue bonito mientras duró"; aunque hay que reconocer que esto del sentimiento 'vende más': jóvenes que se apuntan a Cofradías penitenciales, cientos de miles de romeros viviendo El Rocío, como me contó recientemente mi peluquera, libros de espiritualidad y autoayuda, movimientos religiosos basados en la referencia de la vivencia común. Dos caminos aparentemente irreconciliables: buscar a Dios intelectualmente lleva a la sequedad espiritual y, ya cansados, al ateísmo o a la indiferencia. Buscarle con el sentimiento conduce a crear 'grupos estufa' donde estemos espiritualmente calentitos, siquiera por una semanita, a ser posible santa.

Hegel no es la panacea, pero critica a todos y propone, como camino espiritual, 'el esfuerzo tenso del concepto'. O sea, que hemos de poner en juego todo lo que somos: entendimiento, sentimiento, esfuerzo de compromiso, coherencia de vida, alegría y solidaridad, compasión y profecía, acción y contemplación, oración y relación de ayuda, comunidad e interioridad. Todo a la vez y no una sola de las partes. Y en la práctica, en lo que tenemos más cerca, en estas tres parroquias: espíritu de comunión, esfuerzo de discernimiento, convivencia entre los diferentes (conocí una parroquia en Paris compuesta por 63 comunidades lingüísticas distintas), mayores y jóvenes, tradicionales y rompedores, prácticos y contemplativos, de cada una de las ideologías políticas y de sus contrarias y de ninguna de ellas.

¿Soñar? Hegel soñó y de él seguimos hablando, casi doscientos años después. Algo de razón tendría. Nunca mejor dicho lo de la Razón, con permiso, espero que benevolente, de los Papas san Juan Pablo II y Benedicto XVI.