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Yonquis por la Estafeta, por Jesús Cid López
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OPINIÓN

Yonquis por la Estafeta, por Jesús Cid López

Actualizado 11/07/2014
Redacción Ciudad Rodrigo

El encierro perfecto para un Farinato ha de durar no menos de quince minutos, los toros se tienen que "quedar" y alguien ha de ser "cogido"

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Todo mirobrigense tiene un conocimiento bastante preciso a la hora de ver, correr u organizar un encierro. Este conocimiento ha sido adquirido a través del tiempo, con la información que nuestros antepasados nos fueron transmitiendo de generación en generación. Es por ello que llegadas estas fechas, la mayoría se ponga delante del televisor para observar lo que sucede en Pamplona.

Visto el Encierro llega la hora del análisis, que en general, suele ser crítico. No acaba de convencer esa obsesión que tienen Pamploneses y Pamplonesas para que el acto dure lo menos posible. El encierro perfecto para un Farinato ha de durar no menos de quince minutos, los toros se tienen que "quedar" y alguien ha de ser "cogido". Si es así habrá sido entretenido y deja ganas de más, de lo contrario no mereció la pena pegarse el madrugón. Porque de otras cosas pueden darnos lecciones pero no de lo que es un toro bravo.

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Un toro bravo en la calle debería, al menos, apartar sin contemplaciones a todo aquel que se cruza en su camino, la intolerancia agresiva hacía el ser humano es el fundamento de su fama y si el toro en la carrera convive pacíficamente con los corredores, ni hay mito ni misterio ni emoción ni nada. Por ello empieza a tener bastantes adeptos la teoría "tranquilizante". Los métodos para conseguirlo serían variados, pero consistiría, básicamente, en intentar que los toros despierten de una modorra inducida después del encierro, nunca antes, para que realicen la carrera de buen rollito, en paz y en armonía, ya que al fin y al cabo donde tienen que demostrar su brava condición es en la corrida de la tarde.

De otro modo no se concibe por estos lares que esos toracos que sueltan en Pamplona hagan nada, o muy poco, por los "cachotas" de gimnasio entrenados para dar codazos a diestro y siniestro en que se han convertido los corredores modernos. No se entiende que los toros corran sin romper la manada, veloces y raudos como corderitos directos al sacrificio y que tenga más peligro la vara del pastor que sus imponentes astas.

Siempre he defendido que es la perfecta organización la que impide que cada mañana las calles de Pamplona se conviertan en una carnicería, pero cuando a las ocho en punto y mientras un hombre enciende la mecha del cohete, seis toros bravos, ajenos al bullicio, rumian plácidamente recostados, da que pensar.

Estas teorías o reflexiones no condenan todo lo que allí acontece, es más, tienen cosas muy buenas, las ideas claras y más visitantes cada año. No sucede como en la vieja Miróbriga, donde después de cuatro siglos, seguimos buscando un recorrido definitivo a nuestros famosos encierros, con o sin caballos. En todos los sitios cuecen habas.

Jesús Cid López

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