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En busca de la Excelencia perdida. "El Fantasma"
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Paz y Bien

En busca de la Excelencia perdida. "El Fantasma"

Actualizado 07/07/2014
Rubén Martín Vaquero

Hay vidas que no son vidas; sólo son el fantasma de una ilusión. (Anónimo)

Supongo que los profesores, los padres y mis compañeros hablarán del Instituto, yo prefiero contarles una historia real que descubrí cuando vine a estudiar a este Centro.

Todavía me cuesta articular palabra, aunque lo voy consiguiendo de a poquitos, gracias a que el tiempo atempera las sorpresas?, y los miedos. ¿Cómo imaginar que en un instituto público de barrio trabajase un fantasma?

Un día, sin que nadie me pusiese sobre aviso, me lo encontré de sopetón en un pasillo. ¡Qué susto!

He de reconocer que tuve que dar un paso atrás al ver avanzar hacia mí aquella sábana blanca de la que brotaba una oronda cabeza como un balón de playa de Nivea.

Afortunadamente, una voz anónima detrás de mí me susurró al oído?

-Ése es El Fantasma.

-¿Por qué? ?pregunté mirándole con detenimiento

-Fíjate bien, aunque si algún día te da clase lo descubrirás ?fue la respuesta.

No me dijeron más aunque por el tono, bastaba. Pregunté su nombre.

-Vicente ?respondieron con desprecio.

El conocimiento real vino al año siguiente cuando me dio clase. Al entrar el primer día en nuestra aula con su cartera de cuero y su bata fulgurante, se oyó un murmullo por las filas de los repetidores; "joder, El Fantasma".

No pudo por menos de oírles. Sólo dijo:

-¡Cuánto ocioso! ¡Cuánto ocioso!

A la segunda o tercera clase los que no le conocíamos supimos los porqués del sobrenombre. El Fantasma era uno más de nosotros. A pesar de su descomunal humanidad, no había crecido. Era el chico sabihondo, empollón y redicho de cualquier clase del mundo que cuando el profesor pregunta a un alumno, él se incorpora levemente del asiento, su ego no le deja permanecer sentado, levanta la mano lo más alto que puede y repite una y otra vez: "¡Yo lo sé!" "¡Yo lo sé!" "¡Yo lo sé!" hasta que el profesor, aburrido por la insistencia del repelente niño Vicente, suspira y accede; "A ver, dilo tú" Entonces Vicente se pone de pie, mantiene unos segundos la expectación y mirando son aires de suficiencia a sus compañeros y al profesor, responde de corrido y, al terminar, se sienta glorificado. El Fantasma se ha quedado ahí. Cuando explica una fórmula en la pizarra, se infla como un pavo dentro de su guardapolvo, asiente de satisfacción, se gira ufano hacia nosotros, echa la calva hacia atrás, se empina sobre su vanidad y dice: "Ahí tenéis el desarrollo de la fórmula del ácido sulfúrico".

Parece como si la acabara de descubrir él.

Lo peor es cuando te saca a ese altar de la tarima a desarrollar alguna fórmula o a resolver un problema. Nosotros lo llamamos el Holocausto. Según vas escribiendo los números y los signos, él los va borrando con retintín y poniendo los suyos porque no le gusta la manera de escribir de ninguno de nosotros. Si no resuelves de corrido la cuestión que te ha planteado, rara vez lo hacemos, el Fantasma comienza a corregirte levemente, con monosílabos, te mira de arriba abajo y, como si fuera en contra de su voluntad y le costase un esfuerzo infinito, mueve la cabeza a derecha e izquierda y alza el tono de voz hasta que se convierte en un grito sordo, gutural. Entonces comienza el rosario de descalificaciones; "¡cachivache!", "¡tiracantos!", "¡vago!", "¡cero a la izquierda!", "¡en vosotros es como sembrar en arena!", que tienes que aguantar de pie delante de una clase acobardada, donde todos y cada uno se felicitan a sí mismos porque no les ha tocado a ellos hacer de carnaza. Luego te arrincona con un gesto despectivo en un extremo, coge una tiza y contoneándose, resuelve el problema. Al terminar se vuelve hacia el réprobo, que mueve la inútil tiza entre los dedos, y le dice; "así se hace so nulo". Luego se calla y en un silencio tenso pasea la vista por el aula buscando una nueva víctima que ridiculizar para sentirse importante.

Cuando suena el timbre y se acaba la clase, suspira alto, con fuerza, y exclama: "¡Lástima! ¡No da tiempo a nada!"

La carne de cañón también suspira, de alivio.

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