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Vivir en paz
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Vivir en paz

Actualizado 06/07/2014
Paco Blanco Prieto

No queremos guerras para la paz ni la historia nos permite creer en ellas, porque los cadáveres descalifican las intenciones y la realidad nos muestra lo contrario.

De nuevo, la pantalla de televisión ha puesto frente a nosotros imágenes que nos impiden conciliar el descanso estival de sobremesa, cuando media España está de vacaciones y la otra media a la espera, sin respetar que el estío merece reposo fortalecedor frente al otoño que nos espera.

Adormecida la inquietud social por la calima veraniega, apagadas las voces discrepantes por afonía laboral crónica y suspendidas las protestas por desnutrición legal, llegan con brío sangrientas imágenes de confrontaciones bélicas que nos obligan a condenar todo tipo de guerras, sean estas defensivas, preventivas o especulativas.

Sencillamente, no queremos guerras, por pequeñas que sean, como sucede actualmente en el mundo donde no hay grandes conflictos planetarios, pero Sudán, Rusia, Siria, Afganistán, Irak y cien países más siguen empeñados en cumplir la trágica profecía de Freud anunciando que la violencia acompañará siempre a la condición humana y nunca podrá ser erradicada.

Trágico vaticinio que se une al pensamiento nietzschediano sobre la irremediable ambición de poder de los seres ¿racionales?, garante de la perduración indefinida de las guerras, como testifica la historia desde que el bíblico Sansón presumió de haber matado a mil seres vivos de su especie a quijadazo limpio.

Esa es nuestra sensibilidad y nuestra exigencia. La historia nos ha enseñado que al final de la sangre no hay más que desolación y ruina, algo que nos obliga a condenar a los matarifes, aislar a los visionarios y rechazar a los ebrios de poder, que envían al matadero corazones jóvenes, en nombre de grandes palabras que ellos usan como calderilla.

No queremos guerras para la paz ni la historia nos permite creer en ellas, porque los cadáveres descalifican las intenciones y la realidad nos enseña todo lo contrario, por mucho que nos digan desde las tribunas quienes no ponen los muertos.

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