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Soberbia
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Soberbia

Actualizado 05/07/2014
Redacción

JULIO FERNÁNDEZ | Profesor de la Usal

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Hoy, durante la emisión de un programa de radio en el que se invitó a los oyentes para que narrasen experiencias que hubieran tenido en relación a la exhumación de restos de familiares que sufrieron la represión y muerte en la posguerra civil y el franquismo, volví a sentir rabia e indignación porque, a pesar de haber transcurrido casi 40 años desde la muerte del dictador, aún permanecen enterrados en las cunetas de nuestras carreteras, en fosas comunes y sin identificar, casi cien mil cadáveres de ciudadanos tan españoles como lo fueron sus verdugos, lo que nos convierte en una vergüenza inmisericorde a nivel nacional e internacional.

El debate fue introducido por el director del programa debido a una noticia que se había denunciado ante los medios el día antes y por la que, en Valencia, la alcaldesa Barberá obliga a pagar la exhumación de una víctima del franquismo a sus familiares. Hace 5 años los familiares habían obtenido una subvención para este fin, pero las dilaciones indebidas del ayuntamiento de Valencia en conceder la licencia provocaron que tuvieran que devolver la ayuda, y ahora, años más tarde, autorizan las excavaciones en la modalidad de yacimiento arqueológico, pero exigen primero el pago de 45.000 euros a los familiares (que tuvieron que devolver previamente la subvención concedida y el Gobierno de Rajoy eliminó este tipo de ayudas, por lo que se encuentran indefensos y sin dinero para afrontar el pago).

Un acto de soberbia más de los que, por desgracia, tan acostumbrados nos tienen nuestros gobernantes en los últimos tiempos. Bien es cierto que este "pecado capital" lo cometen tanto los unos como los otros (en política no se libra nadie de esta epidemia social tan común en los mortales) y la experiencia histórica nos enseña que siempre habrá vicios y virtudes, samaritanos y malvados, auténticos religiosos como Santa Teresa y fanáticos inquisidores como Torquemada.

La soberbia es un atributo humano despreciable que convierte en "matones y trileros" a los ambiciosos. No hace falta sumergirse en "el paraíso perdido" de John Milton, en el que se imputa este pecado a Lucifer al querer ser igual que Dios, para saber que siempre hay personas malvadas que se hacen pasar por "corderitos" ante el poder mostrando su cara "amable" con el fin de conseguir atribuciones que les permitan "mandar" al estilo autoritario, en lugar de dirigir con respeto a la ley en una sociedad democrática. Una vez que el tirano consigue su propósito, somete a sus subordinados a las vejaciones más ruines y a las arbitrariedades más infames.

Sabemos que un Estado de Derecho serio tiene armas muy eficaces para prevenir y sancionar este tipo de conductas que forman parte de una corrupción, no sólo política, sino social, laboral, económica y cultural. Si, no obstante, persisten, los ciudadanos perderán la confianza en el derecho y sus instituciones democráticas y germinarán brotes (no verdes precisamente) de violencia, que muchos justificarán por un estado de necesidad o una legítima defensa. Cuando quieres combatir estos argumentos con la razón, siempre hay voces que afirman: "si para la resolución de un conflicto se han agotado todos los medios pacíficos (legales y judiciales) y a pesar de eso sigue latente e incluso con más fuerza, ¿qué soluciones quedan?".

Reflexionemos serenamente sobre ello y reivindiquemos los principios sobre los que se sustenta el Estado de Derecho. De su legitimación depende nuestra convivencia y ojalá que, cuanto antes, pierda vigencia aquella frase lapidaria del libertador latinoamericano, general José San Martin: "La soberbia es una discapacidad que suele afectar a pobres infelices mortales que se encuentran de golpe con una miserable cuota de poder".

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