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Mi pupila no se ha dejado deslumbrar con los aconteceres
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Mi pupila no se ha dejado deslumbrar con los aconteceres

Actualizado 04/07/2014
Eutimio Cuesta

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Con la noticia de la llegada del nuevo Rey, me entretuve en repasar los apuntes de historia que guardo encarpetados en los estantes de mi memoria. Según mi entender, España ha vivido tres abdicaciones y, en el enredo, se han implicado dos Carlos y tres Felipes, una casualidad, pero son los nombres más monárquicos del reinado. El primer paso, lo dio Carlos I, hombre cansado, torturado por mil conflictos y frustraciones y, sobre todos, por su enfermedad de la gota, que lo sumía en un dolor insoportable, y que le apremió a abdicar, en 1556, en su hijo Felipe; buscó una zona tranquila, de clima agradable, y la halló en la Vera, a la vera de monasterio de Yuste, donde se hizo construir un palacete; mientras finalizaban las obras, se alojó en el castillo de Oropesa, propiedad de don Fernando Álvarez de Toledo y Figueroa, en Jarandilla de la Vera. Se trasladó a su nueva residencia, el 3 de febrero de 1557. Ese día, a las 5 de la tarde, hizo su entrada en el monasterio, cuyas campanas anunciaron a todo el entorno el acontecimiento. Se cantó, a continuación, un solemne "Te Déum".

Este camino fue muy duro desde Laredo hasta Yuste. Pasó por Medina del Campo, Peñaranda de Bracamonte, pernoctó en Alaraz, y, desde el Barco de Ávila, llegó al puerto de Tornavacas. Allí recibe una prenda de vestir forrada, que le envía su hija, pues arreciaba el frío. Al llegar a la cima exclamó: "Ya no franquearé ninguno otro, sino el de la muerte". En Tornavacas, cerca del río Jerte, llegó al anochecer y se entretuvo en ver pescar, con luces, unas truchas, que, después, degustó en la cena.

Felipe V, el primero de la dinastía borbónica en España, también renunció a la corona en favor de su hijo, Luis I, en enero de 1724. El pobre sólo ocupó el trono durante ocho meses, pues le sorprendió la enfermedad de la viruela, y se lo llevó de forma inesperada. Este episodio lo predijo nuestro Torres Villarroel, cuyo anuncio le proporcionó gran notoriedad en su tiempo, como adivino. Fallecido su hijo, tuvo que tomar, de nuevo, las riendas de su reinado; por este motivo, su efigie aparece en dos medallones de la plaza Mayor de Salamanca en el pabellón real. Pero, antes de recuperar el trono, hubo sus más y sus menos, pues la nobleza argumentaba que no cabía marcha atrás en la abdicación de un rey. Su mismo confesor entendía que era pecado mortal asumir una corona, a la que se había renunciado con todas solemnidades. Una junta de teólogos también fue contraria a que el rey volviera al trono, sólo estaba dispuesta a aprobar que ejerciera el poder como regente de su hijo y heredero, Fernando, que tenía entonces once años. La reina presionó al Consejo de Castilla para que pidiera a Felpe V, que recobrara el trono, y que su hijo Fernando fue proclamado Príncipe de Asturias.

Juan Carlos I ha sido el tercer Rey español que ha renunciado a la corona en favor de su hijo Felipe, el 19 de junio de 2014, con la solemnidad que el momento requiere por su importancia. El rey ha sido coronado y agasajado por el pueblo, y es el momento de que él responda a la confianza que el pueblo ha depositado en él. Y esa fidelidad popular se afianza con el buen gobierno y con la sinceridad de los gestos. Ya se ha comenzado a percibir alguno, como el encuentro con la asociación de las víctimas del terrorismo, que, por una vez, han tenido la oportunidad de estrecharse la mano en un largo periodo de distanciamiento: siguió con el saludo afectuoso a la Asociación de lesbianas y gay; y esperan la llamada otras víctimas: las del capital, las de las preferentes, las de los desahucios, las de los masacrados por la Reforma Laboral, las de los exprimidos por la política de recortes, entre las que encuentran la Sanidad, La Educación, La investigación, los dependientes y los niños depauperados, ese 27 % de niños españoles (2,3 millones), que malviven bajo el umbral de la pobreza, mientras se da vergonzosa y sarcástica mofa de bajar los impuestos a los que más tienen. Y estos sufridores y vejados esperamos también un gesto: que se nos escuche y se nos apoye y defienda ante poderes tan prepotentes y deshumanizados. Y también se pare a considerar que todos, TODOS, somos iguales ante la Ley. Así lo dice la Constitución en su artículo 14: " Los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión ,o cualquier otra condición o circunstancia personal o social".

Y cuando todo esto suceda en realidad, mi pupila se deslumbrará

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