El bienqueda

Marcos era un bienqueda. Su habilidad natural para recordar caras, nombres e historias le convertía en el conciudadano perfecto. Cada pequeño detalle que se le comentaba quedaba grabado en su mente para utilizarlo en una conversación posterior, demostrando con ello que le importabas, y eso, nos halaga a todos. Su caminar por la calle era un continuo saludo a ambos lados de la acera, con infinitos parones para dedicarte una sonrisa, una palabra amable, un sano interés por los estudios del pequeño, por lo buena que te había salido la televisión, por lo bien que te quedaba el vestido que llevabas ayer.

Su extrema popularidad hacía que siempre se le invitara a participar en cualquier proyecto: las fiestas del barrio, una obra de teatro, una carrera benéfica? Y su respuesta siempre era la misma: por supuesto, encantado, avísame cuando sea?

El problema venía cuando se le avisaba. La cuidada retahíla de parabienes siempre terminaba con una disculpa por una tarea inexcusable de última hora que le haría llegar un poco tarde. Un poco tarde era llegar cuando ya estaba todo preparado, es decir al festejo. Y a la hora de recoger era el primero en remangarse para colaborar? y el primero en irse por culpa de otra elaborada selección de motivos perentorios que nadie se atrevía a rebatir para que no le tacharan de desconsiderado.

Cuando en una reunión surgía algún debate se limitaba a escuchar ambas posturas con cara de mucho interés, de tal manera que cada uno de los contrincantes interpretaba que Marcos estaba de su parte. Pero cuando se recababa su apoyo hacia alguna de las alternativas, se escabullía por el camino del medio sin dar ni quitar razón. Misma reacción escurridiza tenía cuando se le pillaba en algún renuncio, él nunca había sido y gastaba un montón de saliva y neuronas en demostrarlo.

Su relación de amigos era el listín telefónico, y sus encuentros casuales siempre terminaban con un "nos llamamos y quedamos para tomar algo" aunque, naturalmente, él nunca llamaba.

La mayor ofensa que se le podía hacer era no mostrarse receptivo a sus encantos personales, no dar importancia a su despliegue de cortesía, enredarle en una conversación que le obligara a posicionarse.

Tiene que resultar agotador que la principal ocupación de tu vida sea tratar de quedar bien con todo el mundo.