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Podemos ver a Dios
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Podemos ver a Dios

Actualizado 27/06/2014
Eusebio Gómez

¡No es una afirmación gratuita! Es un hecho que hunde su veracidad en la experiencia de millones de personas que en el mundo han sido.

Para la mirada limpia y aguda de creyente, la creación entera es un espejo donde asomarse a contemplar la hermosura del Dios Creador. Un paso más allá, está la personificación de esa "Hermosura" en Jesucristo, en quien residía toda la plenitud de la divinidad corporalmente (Col 2,9), y quien miró, deleitándose, con sus propios ojos, los paisajes de nuestra tierra, el brillo de las estrellas, el colorido de los lirios, la vistosidad del plumaje de los pájaros, el dulce fruto de la higuera, la estampa bucólica de los rebaños y pastores, el bullicio de los niños, la alegría de un banquete; pero también la deformidad de los tullidos, la fealdad de los leprosos, el dolor de los enfermos, la miseria de los pobres, y ¿cómo no?,¡el arrepentimiento de los pecadores en el gesto amoroso de la Magdalena! Y fue esa mirada suya la que nos dejó a todos vestidos de su hermosura, porque desde que Dios se "encarnó", nuestra carne (la de todos nosotros) es la suya, y es así como nos vistió de divinidad a nosotros introduciendo a la vez en el ámbito de lo divino, nuestra carne transfigurada.

Es por este motivo que todos estamos llamados a encontrarnos con Dios, porque todo en derredor es motivo para encontrarlo: la ternura de los padres y madres, las experiencias estéticas, los gestos solidarios, el sufrimiento de los enfermos, el hombre caído y hundido en sus miserias?

Y si bien es cierto que sus huellas están en todas partes, como acabamos de señalar, hemos de decir que el lugar privilegiado para encontrarnos con Él, es su Palabra y es la Eucaristía.

Dios está a la vuelta de la esquina, pues todo lo llena y lo penetra ( "En Dios somos nos movemos y existimos") según se afirma en Hechos 17,28. Ocurre sin embargo que no siempre sabemos descubrirlo.

Cristo está "escondido en Dios" y con El nuestra propia vida, que debe ser descubierta por cada uno de nosotros, no sin el hondo clamor del gemido inefable que su Espíritu nos hace proferir mientras le buscamos por "valles y riberas, sin detenernos demasiado en coger las flores que este mundo nos ofrece, ni temer las fieras que a todos nos asaltan.

Así como el sol madruga para entrar en nuestra casa, si abrimos las ventanas, así Dios amanece cada mañana para que lo adoremos en nuestro interior, para que hablemos con Él, para que vivamos plenamente. El amor y la fe son los ojos que Dios nos ha dado para descubrirle.

"Los ojos abiertos" es el título de una magnífica entrevista con Marguerite Yourcenar . Y los ojos abiertos tendríamos que tener todos, y bien abiertos, para la educación en un mundo tan complejo como el nuestro. Es curioso cómo algunas personas nos enseñan a mirar y ver, y otras al contrario, se empeñan en que no veamos. Y los ojos se nos cierran ante lo que acontece cada día, ante los defectos, y, ante todo aquello que puede causar en nosotros admiración y belleza.

Desde nuestra infancia nos enseñan a mirar cosas, objetos, que anestesian nuestra alma y no nos permiten ver todo lo hermoso y lo bueno. Miramos, pero no vemos al Dios que habita y vive en nosotros y en los demás. Ese es el problema: mirar pero no ver.

Se nos hace fácil encontrar a Dios en la belleza, en el amor, en los triunfos, pero nos resulta más difícil descubrir a Dios cuando nuestros proyectos se tuercen, cuando nos visitan los fracasos, cuando se quedan con nosotros, cuando el otro nos cae gordo. Pero Jesús se identificó con los últimos, y el juicio final sobre el valor de la vida humana es precisamente el descubrirlo a él en esos últimos (Mt 25) que algún día serán los primeros ante nuestra mirada atónita. Tal es el relato Evangélico de los que preguntan extrañados: "Señor ¿Cuándo te vimos hambriento, o desnudo y enfermo y no te socorrimos? Y Cristo les responderá: "En verdad os digo que en cuanto no lo hicisteis a uno de los más pequeños de éstos, tampoco a mí lo hicisteis" (Mt 25, 35-45).

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