A Raquel Fuentes le traicionó una letra. Ni siquiera una letra entera, solo un trocito. Si la n de su apellido no tuviera segunda patita sería una r, y su vida habría cambiado por completo. Raquel Fuertes caminaría por la calle erguida, con los hombros hacia atrás y la frente al viento, regalando sonrisas a diestro y siniestro, y anunciando su llegada con un taconeo firme y rítmico. Pero Raquel Fuentes se quedó en una promesa, un querer y no poder, una silla coja. Cuando la curva superior de la r se precipitó hacia el suelo para formar una n, arrastró consigo algo más que un trazo. Esa forma de entrada de cueva, cual gigantesca sordina, amortiguó el alegre rular de la R inicial y lo convirtió en un eco lejano, obligándola a caminar encorvada con la mirada baja, y a calzar suelas de goma para no hacer ruido.
Cada día al levantarse se mira en el espejo, se endereza para tratar de reventar el arco que la oprime y por unos momentos parece que lo consigue, sintiéndose libre y feliz. Hasta que sale a la calle y vuelve a encogerse sobre sí misma, a refugiarse en el hueco de su n, cárcel protectora, mientras sueña con lo que podría ser, si se atreviera.
Eduardo Rosales "Maximina Martinez, esposa del artista" 1860 Museo del Prado
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