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De tapadillo
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De tapadillo

Actualizado 25/06/2014
Manuel Alcántara

Uno de los requisitos que incorpora en su identidad la esfera pública es el de la publicidad de sus actos. El ámbito privado, por el contrario, comporta que las acciones que se desarrollan en su seno no trascienden al exterior. Situar el límite entre lo público y lo privado no siempre es fácil y genera habitualmente fuertes dolores de cabeza a jueces, directores de medios de comunicación, así como a numerosa gente sobre todo cuando se piensa al público como espectador pasivo. La arena política es, por definición, una arena pública en la que se dan cita quienes habitan la polis. En ella, lo que acontece debe ser objeto de publicidad. Se puede contra argumentar que hay espacios de la misma que por afectar a cuestiones sensibles requieren de mayor discreción cuanto no del completo secreto. Los sucesos de Wikileaks o las filtraciones de Snowden tienen mucho que ver con ello acentuando la polémica.

Ahora bien, dar difusión a un hecho vinculado a una ejecución presupuestaria, al conflicto de intereses que un alto funcionario pueda tener en el ejercicio de su tarea pública con su actividad privada o al trámite de una ley asentada sobre un pacto entre distintos grupos parlamentarios, no tiene que ver con otro tipo de publicidad que se genera cuando se requiere de la complicidad del público. Entonces aquélla adquiere una connotación sustantiva. Pero es en aquel momento corriente que se desee un público palmero, que en su pasividad lo único que muestre es paciente aquiescencia. Salirse de este libreto obliga a hacer las cosas de una manera distinta, de tapadillo.

La coronación de un monarca, en un país con escasa tradición de ese tipo de lizas, y cada vez más confuso sobre su identidad y su proyecto colectivo futuro, supone un reto a la hora de integrar al público en el ceremonial. Entonces, el riesgo a que un debate sobre lo que acontece cobre entidad social, como ocurrió con la reforma constitucional de hace tres años, se cercena de inmediato con la urgencia del pacto político que resulta imposible para otros temas. La alarma que supone que el espacio público sea tomado para que unos y otros manifiesten su fervor o su repulsa se solventa mediante la ocupación policial de las calles. Así, lo público se encanija y su presencia apenas se hace visible. De tapadillo, la liturgia toma una forma insólita, sospechosa.

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