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La historia vivida
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La historia vivida

Actualizado 22/06/2014
Aniano Gago

Hay dos tipos de historia, la que se estudia en los libros y la que se vive, esa en la que nosotros mismos somos protagonistas. Es la que me gusta. Un servidor está comenzando la tercera etapa. La primera fue la de Franco: infancia, adolescencia y primera juventud. La segunda la del Rey Juan Carlos I, desde entonces hasta hace unos días. Y la tercera, la del Rey Felipe VI. La de Franco que recuerdo es la de una España pobre, mísera en muchos casos, donde los pueblos, como el mío, no tenían ni cuarto de baño en casa, y cuando llovía se convertía todo en un barrizal. La España que procedía de la Guerra Civil y que no volvió a tener el PIB de 1936 hasta 1953. La España de las mulas y los veranos de tres meses cuando la gente trabajaba de sol a sol para poder comer el cocido, el plato de cada día.

Los que pudimos nos fuimos a estudiar a un seminario para cambiar el destino del surco, la sementera y las parvas de trigo y cebada en la era. Era la España en la que cuando llamaban a la puerta podía ser un pobre pidiendo un mendrugo de pan duro "por el amor de Dios". Una España, eso sí, que para mi, con esos años, estaba llena de alegría y esperanza al tener toda la vida por delante. Pero es una España para olvidar, la España de la emigración, de los grises y policía social. La España de pandereta y tamboril, la España de Bienvenido Mr.Marshall y familias de gitanos ganándose la vida con una cabra haciendo equilibrios en cualquier calle. También fue la España en la que empezó a mecanizarse el campo con el tractor como gran redentor.

Franco murió cuando servidor estaba haciendo la mili en Toledo, el gran centro del militarismo español. Fue en 1975. Aquella noche dormimos con los correajes puestos porque ya sabían lo que iba a pasar y había miedo ante la incertidumbre. A las cuatro de la mañana nos despertaron con gran ruido y nos hicieron formar. Hasta las nueve nos tuvieron en descanso mientras las autoridades, competentes por supuesto, nos dijeron que nos fuéramos a nuestras casas hasta la toma de posesión del Rey Juan Carlos I . Cuatro días de permiso que yo pasé en Madrid. Fue la primera alegría que me dio el Rey que acaba de abdicar. Aún recuerdo las colas alrededor de los edificios donde estaba Franco de cuerpo presente para darle el último adiós. Era el final de una España muy lenta y tullida.

En los últimos 39 años aquella España, a pesar de la crisis y el paro que ahora nos acecha, no la conoce ni la madre que la parió, como diría Alfonso Guerra. Ahora todos los pueblos tienen en sus casas agua corriente, las calles y plazas están asfaltadas y los niños pueden estudiar en los institutos de la comarca. El campo está totalmente mecanizado, incluidos sistemas informáticos para dar de comer a los animales en las granjas, todas las personas mayores tienen su pensión y en los pueblos se vive como en la ciudades, o mejor.

El progreso en estos 39 años ha sido acelerado. No lo ha hecho Juan Carlos I sólo, por supuesto, pero es su icono. Ha sido el pueblo español, sus trabajadores, todos. Nadie puede atribuirle al Rey el éxito en exclusiva; ha sido un éxito colectivo y gracias a Europa. Ahí debemos incluir también a políticos como Suárez, Felipe González y otros. Sabemos que ahora la corrupción ha puesto a los que se dedican a al arte de la cosa pública en el disparadero, y que estamos padeciendo muchas de sus lamentables decisiones, pero, a pesar de todo, las cosas han mejorado de forma exponencial. Uno puede ser republicano, monárquico o mediopensionista, pero las cosas son como son. Racionalmente servidor nunca podrá ser monárquico, porque eso de heredar el poder por sangre azul no me cuadra en el cerebelo, pero en la práctica me sumo a los socialistas, que siendo republicanos se hicieron juancarlistas y ahora, vía pacto Constitución del 78, siguen apostando por el sistema de la monarquía parlamentaria. Cuando algo va bien nunca hay que cambiarlo. Además de eso no olvidemos que los cambios que se pueden y deben de hacer, como los asuntos territoriales, hay que enfocarlos desde la ley. Sólo desde la Ley. Juan Carlos I juró lo Principios Fundamentales de Franco (del Movimiento), pero los fue desmontando uno a uno desde la Ley. Por ahí debemos seguir. No se pueden cambiar las cosas de la noche a la mañana en un país como este que siempre fue turbulento y primario. O nos respetamos todos o rompemos la baraja. Un servidor no se fía de nadie. Sólo del acuerdo, del consenso político y de la Ley. A partir de ahí campo abierto.

Juan Carlos I se ha ido. He vivido con el mi segunda etapa histórica, llena de emociones, de sentimientos, de progreso y de salud. Hasta de salud. Espero que la tercera etapa vaya por esos mismos caminos. Que Felipe VI tenga al final, que yo no veré si los tiempos son semejantes a los de su padre, un balance tan positivo. Llega cuando más se necesita como referente ético, tal y como el ha dicho. Ojalá, se necesita. En los últimos 39 años ejercimos de nuevos ricos y muchos ansiosos, no contentos con su ya extraordinaria suerte, se dedicaron a robar al resto. Eso debe acabarse de una vez. No podremos soportarlo. Felipe VI puede tener un tiempo de reinado donde los escándalos no sean como los que han sido. Lógicamente en todo ejercicio humano nunca puede haber perfección. La perfección humana es un oxímoron, no es posible, no existe. Pero no es lo mismo unos desastres que otros, no es igual cien chorizos que un millón.

En este nuevo tiempo, en esta tercera etapa que me va a tocar vivir, que ya he empezado a vivir, espero que la historia la sigamos haciendo entre todos. Que Felipe VI siga siendo un árbitro eficaz y la mejor marca de España en el extranjero, el mejor embajador. Su labor es fundamental, y hay que hacer votos para que lo del País Vasco y Cataluña tenga una solución adecuada. Nos vendrá bien a todos. Y que los seis millones de parados encuentren trabajo más pronto que tarde. Y que nuestros jóvenes, muchos muy preparados, no tengan que emigrar. La España de Franco, de la canción del Emigrante de Juanito Valderrama no puede regresar.

A veces la historia se puede contar y es mucho más agradable cuando además la hemos vivido desde la normalidad, la tranquilidad y la alegría. Suerte a Felipe VI, que será la nuestra.

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