La sociedad paga bien caro el abandono en que deja a sus hijos, como todos los padres que no educan a los suyos. Concepción Arenal
Como presidente de la Asociación de Madres y Padres de Alumnos, recojo la invitación que nos han hecho los señores del Ministerio de Educación para que colaboremos en la consecución de la Excelencia para nuestro Centro. Gracias. Somos los más interesados porque en él se están formando nuestros hijos.
Mi participación, a título personal y sin ejercer las prerrogativas de mi cargo, es de denuncia ante los gravísimos sucesos que tuvieron lugar en esta ciudad el mes pasado, que representaron un ataque frontal a nuestros derechos constitucionales y un asalto más a la vapuleada libertad.
Resulta que algunos vecinos del distrito Centro acordaron en una asamblea denunciar ante las autoridades competentes todos y cada uno de los comportamientos de los jóvenes en las calles que, a su juicio, eran ilegales e indebidos, y que ellos padecían en aras de la "movida juvenil".
Cuando las quejas ciudadanas formaron montañas que amenazaron con colapsar la Subdelegación del Gobierno, el Ayuntamiento y la oficina del Defensor del Pueblo, el Subdelegado gubernativo y el Alcalde decidieron tomar cartas en el asunto y ordenaron a la policía Nacional, y a la Municipal, impedir que los jóvenes bebiesen alcohol en plazas y vías públicas.
Para evitar la batalla campal que vaticinaban los augures, se publicaron anuncios en la prensa, se dictaron bandos, se radiaron advertencias y se televisaron pregones; hasta hubo sacerdotes que incluyeron amonestaciones en sus homilías. Lo que hiciera falta para no llegar al enfrentamiento.
Sin embargo, en la anochecida de aquel viernes se mascaba la tragedia. La juventud, como no podía ser de otra forma, entendió la prohibición como un ataque directo a sus derechos, sin hablar de la merma que significaba para el libre albedrío, con lo que no aceptaron los requerimientos estatales, municipales y eclesiales, se calaron el gorro frigio y dijeron que se apellidaban libertad.
-¡Hasta ahí podría llegar este Estado castrante! ?gritaron indignadísimos los jóvenes cargados con las botellas-, ¡nosotros bebemos donde nos da la gana!
-¡Disuélvanse! ¡Disuélvanse! ?ordenaron las fuerzas policiales por los megáfonos entre la aprobación y el arrobo de los vecinos asomados a los balcones que no terminaban de creérselo.
-¡Esbirros! ¡Fascistas! ¡Represores! ?les abuchearon los jóvenes.
Hubo cargas policiales, carreras, rotura de lunas, contenedores incendiados, bancos arrancados, árboles tronchados, barricadas, diálogo de piedras, botes lacrimógenos, pelotas de goma..., cerca de cien heridos y más de treinta detenidos?, aunque por poco tiempo.
Uno de los encarcelados fue mi hijo, alumno de este Instituto, y al saberlo me presenté en Comisaría con un abogado para denunciar aquella brutalidad policial. No tardó en salir libre y sin cargos, e inmediatamente exigimos hablar con nuestros representantes políticos. No fue en vano. Algo se consiguió. Cuando los padres les explicamos a las autoridades que nuestros hijos no salían a emborracharse en las calles, sino "a coger el puntito" en sana camaradería juvenil, los políticos comprendieron su error, pidieron disculpas y optaron por no perseguir aquel ejercicio de libertad. Al contrario, los agruparon en determinados lugares al aire libre e, incluso, habilitaron polideportivos para eliminar los ruidos que tanto parecían molestar a los vecinos tiquismiquis del Centro, y de paso acotar los desperdicios en un solo lugar, que las horas extras de los empleados municipales de la limpieza se estaban disparando.
Aquel ultraje que les he comentado se suma a los que venimos padeciendo en este Instituto desde hace años. Señores asesores; aquí hay profesores que no explican los temas del currículo, que tienen "manía" a sus alumnos, que los suspenden aunque hagan correctamente los exámenes y otras arbitrariedades más que sería prolijo reseñar aquí. ¡Cuándo se va a terminar este fascismo académico! Me consta que la mayoría de los padres estamos próximos a nuestros hijos y desde pequeños hemos planificado metódicamente sus estudios y su tiempo de ocio. Es de conocimiento general que hemos traído y llevado a nuestros hijos a todas las actividades lúdicas e intelectuales que ha habido en la ciudad, siempre con el deseo de participar y dirigir la formación de nuestros hijos, y en este Centro ni se nos admite como las personas que deben dirigir la educación de sus hijos, ni se nos respeta. Esto tiene que cambiar.
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