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El aprendizaje de la democracia
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El aprendizaje de la democracia

Actualizado 13/06/2014
Luis Miguel Santos Unamuno

Una de las situaciones más difíciles de resolver en un grupo de alumnos que comparten clase es la de fijar las fechas de los exámenes. En Bachillerato especialmente, acostumbrados los alumnos a jugárselo casi todo en un día, luchan a brazo partido por fijar una hora que les sea favorable. Y en la zona rural donde se forman, por necesidades de la demografía, grupos muy heterogéneos, puede darse el caso de que en una clase de 30 alumnos haya varios intereses encontrados. Los chicos y chicas (ellas son mayoría en el Bachillerato) se disponen a votar y pronto descubren los avatares de la? ciudadanía, de la convivencia, de la discrepancia, de los conflictos. Los que no consiguen salirse con la suya porque la mayoría de la clase ha ignorado que ellos tienen un dificilísimo examen de Química y quieren posponer el de Filosofía, se marchan enfadados convencidos de que es una injusticia, de que aquello no es una democracia. Es lo que ven por la tele. Un diputado grita contra cien y nuestra bondadosa propensión a acoger a las minorías convierte la opinión de este individuo en algo sagrado que si no es respetado será denunciado como un ejemplo de abuso inaceptable.

Los alumnos pronto desarrollan, al pasar de la Primaria a la Secundaria, una conciencia moral, por no llamarla ciudadana o política, que les lleva a defender sus derechos (no son tan cuidadosos con sus deberes) y secundar huelgas y que les hace exclamar, indignados, que el instituto no es una democracia. Aunque aceptan como inevitables unas diferencias con el profesor al que ya no se le llama de usted, pronto quieren someterlo todo a votación, incluso el hecho de que la silla del docente tenga un aspecto más confortable que sus prosaicas sillas de formica verde. Luego alguno de esos alumnos se convierte, por ejemplo, en vecino de una comunidad, o en integrante de una agrupación de coros y danzas, o de un grupo de teatro y tiene enseguida una segunda oportunidad de chocar con la dureza de perder votaciones en un mundo de personas que no somos ni independientes (quizá lo sea Amancio Ortega) ni dependientes (hijos menores y sus padres) sino algo así como interdependientes.

Sigo pensando que nos falta conciencia democrática, que usamos la libertad individual de una manera inmadura, que confundimos la parte -nuestra opinión- con el todo. La no prevista situación del abandono del Rey, o Rey saliente, nos ha deparado una espectáculo mediático, que no un acto parlamentario, en el que nada es lo que parece. He visto en televisión el resumen de la votación sobre la Ley Orgánica necesaria para arbitrar la abdicación del monarca y no he tenido la sensación de que los tiempos periodísticos se hayan ajustado al número de votos. Se ha dedicado el mismo tiempo a proyectar las imágenes de unos portavoces de partidos que representan a millones de españoles que de los representantes de unos corajudos abanderados (nunca mejor dicho) que apenas hablan por el 1% de los ciudadanos.

Algo parecido pasó con el hecho de que ahora haya dos Papas a la vez pero al menos en la curia los cardenales no aparecieron, el día que despidieron a Ratzinger, con casullas de colores y reivindicaciones sobre la decoración del Vaticano. Claro que allí sí que no está claro que podamos hablar de democracia. Por otra parte me han dicho que en Dinamarca existe desde siempre una asignatura llamada Ciudadanía, o algo así, a lo largo de todos los cursos. Y aquí la van a quitar. Viendo el espectáculo de nuestros representantes políticos elegidos por votación y que se creen los elegidos, decidiendo abstenerse o salirse por la tangente (de nuevo bajo el paraguas de la democracia) a pesar de provenir de listas cerradas me hace pensar que esa asignatura, libre de ideologías, es más necesaria que nunca.

Como dicen mis alumnos no sé si esto es una democracia o no, lo que sí sé es que no vendrá sola sino que la haremos posible nosotros, todos nosotros.

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