Acabamos de celebrar la fiesta de San Juan de Sahagún, patrono de la ciudad y la diócesis de Salamanca. De San Juan de Sahagún, aparte de su condición de milagrero (recordamos el niño salvado del Pozo Amarillo y la sujeción del toro suelto en la calle de Tentenecio), es sobre todo el santo pacificador entre las dos facciones irreconciliables de los distritos de Santo Tomé y San Benito, en el siglo XV, en la ciudad de Salamanca.
Milagros nos hacen falta hoy, y de muchas clases, sobre todo los milagros de solidaridad que nos conviertan para estar al lado de los necesitados y ayudarles a tener, a ser posible, un trabajo digno. Pero nos hace falta más que nada el milagro de la paz y la reconciliación, entre las diversas facciones enfrentadas por la desigualdad, por la ideología política y moral, por la dimensión de las creencias o increencias religiosas, por tantas y tantas cosas. Ojala el santo nos ayude en estos tiempos de peleas, de violencias, de desprecios, de prepotencias. Queremos encontrar la paz, si es posible con bienestar, que necesitamos en estos tiempos de cambios e inseguridades, que hay que enfrentar con espíritu creativo y pacífico, lejos de todo nerviosismo inconveniente.
Ayer estuve en Ciudad Rodrigo, nuestra diócesis hermana, celebrando las bodas de oro sacerdotales (era el día y la fiesta de Cristo Sacerdote) de aquellos que han cumplido cincuenta años de ejercicio sacerdotal. Entre ellos está uno que, hace casi cincuenta años marchó al Brasil como sacerdote misionero y que terminó siendo obispo de la diócesis de Cajaceiras en el nordeste brasileño, diócesis que a su vez celebra este año el centenario de su creación. Una fiesta, pues, sacerdotal y misionera, en el ambiente celebrativo del centenario de paso de San Francisco por Ciudad Rodrigo (1214). Otro santo pacificador, amigo de los pobres, practicante del evangelio y constructor de la iglesia de Jesús en el siglo XIII. Es el santo al que se encomienda y trata de honrar con su nombre y su imitación el buen Papa Francisco. Recordamos el reciente ejercicio de oración por la paz en el Vaticano, reuniendo para ello a los dos jefes de estado, el de Israel y el de Palestina. San Francisco nos bendiga, nos ilumine y nos alcance fuerzas para ser también nosotros pacificadores, entre los hombres y con el resto de la creación.
Y finalmente otro acontecimiento relevante de estos días, en que comienza el mundial de fútbol y tantas manifestaciones en pro y en contra tienen revolucionado el país, Brasil, y nos hacen sentir la incomodidad de esas huelgas y manifestaciones a todos. Entre tantos eventos, es fácil que pase desapercibido uno que en un país y un pueblo tan religioso no deja de tener su importancia, y puede ser digno de consideración y de imitación también para nosotros.
El miércoles 11, un día antes de la ceremonia de apertura del acontecimiento futbolístico, un equipo especial se reunió en la Esplanada de los Ministerios, en Brasilia, para llevar a cabo una marcha. Los convocados eran religiosos, sacerdotes, obispos, representantes de instituciones, de movimientos y de la pastoral de Iglesia, para decir "¡Adelante, Brasil, salvemos la vida humana!" y dar un "olé" a la libertad.
La marcha, cuyo lema era: "Jugar a favor de la vida y en contra de la trata de seres humanos", estaba promovida por la Conferencia de Religiosos del Brasil (CRB), a través de la Red Un Grito por la Vida y venía siendo organizada desde mayo en colaboración con el Departamento de Seguridad Pública del Distrito Federal de la capital brasileña y la Archidiócesis de Brasilia.
Para la presidenta nacional de la CRB, Sor Maria Inês Ribeiro, la realización de esta marcha en Brasilia es un incentivo para que Brasil entero reflexione sobre el tema. "Que Dios bendiga esta marcha para que 'suene el silbato', y animemos a participar a todos los religiosos de Brasil en cada ciudad sede de la Copa, para concienciar y denunciar este crimen", dijo.
Esta marcha pretende reunir el mayor número posible de participantes con el propósito de llamar la atención sobre el problema del tráfico de personas que afecta a miles de familias en Brasil y en el mundo, y que en los grandes acontecimientos tiende a crecer. Se trata de hacer un homenaje en memoria de los niños, adolescentes, hombres y mujeres que murieron o desaparecieron como víctimas de este delito. Trabajar por la paz es empeñarse por la justicia.
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