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Y de pronto, la abdicación
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Y de pronto, la abdicación

Actualizado 09/06/2014
Lorenzo M. Bujosa Vadell

¿Se acuerda alguien de don Enrique López? Jurista que no tuvo su mejor día el primero de junio, sin que nos conste si los ha tenido peores, pero al que le vino Dios a ver el segundo, porque los periódicos de postín arrinconaron la vergonzosa noticia en lo más abajo de sus páginas web y dedicaron su espacio mayor a lo que para los ciudadanos del común era inesperado. Luego se ha filtrado que hacía meses algunos elegidos sabían del tema, y uno se extraña que en el país de las filtraciones todo hubiera quedado bajo siete llaves. Pero sea; como diría mi compañera Marta, admitamos pulpo como animal de compañía. La verdad es que también los planes de esta modesta columna se han visto afectados: del tema inicialmente previsto hablaremos en mejor ocasión. Ahora no queda otra que hacer el necesario comentario desde el guindo, como no podría ser de otra manera.

Desde las últimas elecciones parecía que se había extendido una especie de epidemia discursiva en la que la ciudadanía y sus políticos se habían empezado a plantear cosas. Algunas sensatas y loables, otras dudosas y discutibles y aún otras sorprendentes e interrogativas, hasta llegar a las directamente utópicas y contradictorias. Pues bien, todo este interesante debate se fue al garete de un momento a otro por la decisión de hacer pública la abdicación de Su Majestad el Rey, como es natural. Lo que es menos plausible es el fenómeno informativo que siguió después y que uno en su ingenuidad pensaba que, visto lo visto, habíamos dejado ya atrás, más que nada porque parecía que nos estábamos haciendo mayores. Lo llamo el papanatismo nacional.

Como dice el Diccionario de la Real Academia, se trata de esa actitud que consiste en admirar algo o alguien de manera excesiva, simple y poco crítica. No tuve tiempo de ver las maratónicas sesiones televisivas del lunes pasado, ni de leer siquiera los principales periódicos, pero lo que vi y leí entra de lleno en esa definición, propia de otros tiempos, como si hubiera habido una cadena de uasapes en la que se hubiese dado la consigna de "cierren filas, señores, que esto no sabemos cómo va acabar". Vamos a ver, no digo que don Juan Carlos no merezca panegíricos, pero dudo mucho que ni él ni cualquiera de sus conciudadanos merezcan solo panegíricos. La misma prensa que le hizo pasar hace no tanto por las horcas caudinas de una sonrojante declaración televisiva, ahora lo canoniza sin mácula en un procedimiento express. Es mera constatación.

A uno como jurista la verdad es que le sorprende que a estas alturas todavía nadie se hubiera atrevido a presentar una Ley Orgánica para tener previstos de antemano los detalles necesarios, pero lo mismo ocurre con la consabida reforma constitucional que debiera cambiar la discriminación por sexo en el orden de sucesión. Por mucho que pareciera que las cosas cambiaran, está claro que seguimos con materias intocables: no cambiemos ni aquello en lo que todos estamos de acuerdo, porque eso es abrir el melón... o la caja de Pandora? Y así estamos, improvisando y procurando reforzar con el método de "prietas las filas" las carencias en el procedimiento lógico y ordinario.

Hablando de métodos, y poniéndose uno en el lugar del heredero de la Corona, no puedo evitar declararme partidario del referéndum. No he dicho reforma constitucional. Estoy hablando del referéndum consultivo del artículo 92 de la Constitución. En mi irrelevante opinión, no estaría de más que desde la Zarzuela se instara al Gobierno a no esperar a veintitreses efes, ni equivalentes, sino que se buscara la legitimidad democrática de origen del nuevo Jefe de Estado. Pregúntese la opinión fundada de la población y luego, óbrese en consecuencia, si hace falta con reforma constitucional, que para materias como el déficit público no supuso discusión alguna. ¿Qué ocurre? ¿Qué los referéndums los carga el diablo y que no nos fiamos de que salga lo que los partidos mayoritarios quieren? Es lo que se supone que tiene la democracia: que el pueblo educado e informado decide ¿no? El principal problema, se ha dicho ?y uno lo comparte a pies juntillas-, es que el panorama de candidatos para una supuesta República es tirando a desalentador. Pues bien, también el guindo tiene remedio para eso: en caso de que se demostrara fidedignamente que la adhesión a la Monarquía es bastante menor que lo que nos muestra el Telediario, pues desde esta modesta columna se propone a don Felipe de Borbón como Presidente de la República, que para eso también está preparado? y además con dinero público.

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