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Raíces y frutos de Europa
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Raíces y frutos de Europa

Actualizado 08/06/2014
José Román Flecha

Las recientes elecciones al Parlamento Europeo han significado una enorme sorpresa para muchos. Muchos hablan del desencanto ante la Unión Europea, de la desconfianza popular hacia los políticos, del fin del bipartidismo, del triunfo del antisistema. Seguramente, de todo hay en el fondo de las intenciones de los votantes.
Muy pocos reconocen que, al olvidar sus raíces cristianas, Europa no se encuentra a sí misma. Los padres de la Unión Europea, Schumann, Adenauer y De Gasperi, eran profundamente cristianos. Su fe los llevó a soñar un continente que superara sus conflictos y sus guerras.
Aun siendo menos creyente, Benedetto Croce escribió que "no podemos menos de considerarnos y llamarnos cristianos". Según él, los mismos ideales de la modernidad hubieran sido impensables fuera de la tradición cristiana. La libertad, la igualdad y la fraternidad no hubieran podido brotar fuera del suelo regado por el cristianismo.
En su exhortación "La alegría del Evangelio", el Papa Francisco ha escrito que "el substrato cristiano de algunos pueblos ?sobre todo occidentales- es una realidad viva" (EG 68).
Sin embargo, esta Europa de raíces cristianas pretende vivir olvidando su pasado. Si muchas de sus instituciones sociales, educativas o sanitarias nacieron del tronco de la fe, habría de tratar de preservar lo mejor que de ese tronco ha recibido.
La legítima laicidad de las instituciones no puede significar el abandono de los valores que nacieron de la matriz religiosa de la cultura europea. o que, al menos, la confesión religiosa ayudó a clarificar y transmitir.
La memoria de sus raíces podría ayudar a Europa a producir frutos de paz y de justicia, de concordia y de progreso.
En este momento es oportuno recordar la opinión de alguien que ha observado los miedos y prejuicios de Europa sobre el Cristianismo. Según él "una Europa cristiana (?) sería una Europa que, incluso celebrando la herencia noble de la Ilustración humanista, abandonara su cristofobia, y no le causara miedo ni embarazo reconocer el cristianismo como uno de los elementos centrales en el desarrollo de su propia civilización".
Quien así escribe no es un "integrista católico" sino un intelectual judío. De hecho, Weiler, catedrático de las universidades de Harvard y Nueva York, considera que la ausencia del pensamiento cristiano en el debate sobre Europa nos empobrece a todos.
El mismo Papa Francisco ha escrito también que "la humanidad saldrá perdiendo con cada opción egoísta que hagamos" (EG 87).
Europa puede y debe aprender y practicar un mayor respeto a la identidad y la libertad religiosa de las personas y los grupos. Una superación del egoísmo y la corrupción. Un mayor deseo de vivir en la coherencia con la verdad, el bien y la belleza. Cuando lo entienda, Europa habrá superado sus crisis de adolescencia y habrá entrado en una madurez de juicio y de compromisos.
Hch 2,1-11
Cuando llegó la fiesta de Pentecostés, todos los creyentes se encontraban reunidos en un mismo lugar. De pronto, un gran ruido que venía del cielo, como de un viento fuerte, resonó en toda la casa donde estaban. Y se les aparecieron lenguas como de fuego, repartidas sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en otras lenguas según el Espíritu les daba que hablasen. Por aquellos días había en Jerusalén judíos cumplidores de sus deberes religiosos, llegados de todas las partes del mundo. Mucha gente se reunió al oír aquel ruido, y no sabían qué pensar, porque cada uno oía a los creyentes hablar en su propia lengua. Eran tales su sorpresa y asombro, que se decían unos a otros: "¿Acaso no son de Galilea todos éstos que están hablando? ¿Cómo es que les oímos hablar en nuestras propias lenguas? Aquí hay gente de Partia, de Media, de Elam, de Mesopotamia, de Judea, de Capadocia, del Ponto y de la provincia de Asia, de Frigia y de Panfilia, de Egipto y de las regiones de Libia cercanas a Cirene. Hay también quienes vienen de Roma, tanto judíos de nacimiento como convertidos al judaísmo; y también los hay venidos de Creta y de Arabia. ¡Y todos les oímos contar en nu

estras propias lenguas las maravillas de Dios!".

1Co 12,3b-7.12-13
Tampoco puede decir nadie: "¡Jesús es Señor!"., si no está hablando por el poder del Espíritu Santo. Los dones que recibimos son diversos, pero el que los concede es un mismo Espíritu. Hay diversas maneras de servir, pero todas lo son por encargo de un mismo Señor. Y hay diversos poderes para actuar, pero es un mismo Dios el que lo realiza todo en todos. Dios da a cada uno alguna prueba de la presencia del Espíritu, para provecho de todos. El cuerpo humano, aunque está formado por muchas partes, es un solo cuerpo. Así también Cristo. De la misma manera, todos nosotros, judíos o no judíos, esclavos o libres, fuimos bautizados para formar un solo cuerpo por medio de un solo Espíritu; y a todos se nos dio a beber de ese mismo Espíritu.
Jn 20,19-23
Al llegar la noche de aquel mismo día, primero de la semana, los discípulos estaban reunidos y tenían las puertas cerradas por miedo a los judíos. Jesús entró y, poniéndose en medio de los discípulos, los saludó diciendo: "¡Paz a vosotros!". Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Y ellos se alegraron de ver al Señor. Luego Jesús dijo de nuevo: "¡Paz a vosotros! Como el Padre me envió a mí, también yo os envío a vosotros". Dicho esto, sopló sobre ellos y añadió: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; y a quienes no se los perdonéis, les quedarán sin perdonar".
Preparación: "- ¿Qué día es éste? ? Día de consolación. - ¿Qué día es hoy? ? Hoy es el día cuando el Consolador vino del cielo a la tierra". Así se expresaba San Juan de Ávila en un sermón predicado el martes de Pentecostés. Invocamos al Espíritu Consolador en una oración de intercesión por la Iglesia y por toda la humanidad.
Lectura: La primera lectura, tomada del libro de los Hechos de los Apóstoles nos recuerda la sorpresa de aquel primer Pentecostés. Es decir el milagro del Espíritu de Dios que logró cambiar a los atemorizados discípulos de Jesús en valerosos testigos de su resurrección y su mensaje. El evangelio nos recuerda que ya el mismo día de su resurrección, Jesús se apareció a sus discípulos, les deseó la paz y, tras mostrarles sus llagas, sopló sobre ellos y añadió: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedarán perdonados; y a quienes no se los perdonéis, les quedarán sin perdonar".
Meditación: El Espíritu Santo es con frecuencia el gran desconocido en nuestras catequesis sobre Dios, así como en nuestra oración personal. Y, sin embargo, el Espíritu Santo está presente en muchas páginas de las Escrituras. Aparece como principio de vida y de gracia, como fuente de amor y de concordia, como prenda de verdad y de caridad fraterna. El Espíritu remueve la fe y la esperanza de los discípulos de Jesús y está presente en la Iglesia, guiándola hacia el amor y la verdad. Ignorar al Espíritu es ignorar al Padre de los cielos e ignorar las claves de la misión de Jesús.
Oración: "¡Oh Jesús, envíanos tu Espíritu! No te canses de darnos tu don de Pentecostés. Aclara el ojo de nuestro espíritu y afina nuestra capacidad espiritual para que podamos discernir tu Espíritu de todos los otros" (Karl Rahner).
Contemplación: Muchas obras de arte nos ayudan a centrar nuestra imaginación sobre el misterio de Pentecostés. En la exhortación La alegría del Evangelio, el Papa Francisco nos ofrece algunas reflexiones acerca del espíritu de la nueva evangelización y la espiritualidad que ha de alimentar a los evangelizadores (n. 260). La evangelización que quiere el Papa ha de ser más fervorosa, alegre, generosa, audaz, llena de amor y de vida contagiosa. Es decir, más abierta al Espíritu de Dios. En efecto, "una evangelización con espíritu es una evangelización con Espíritu Santo, ya que Él es el alma de la Iglesia evangelizadora" (n. 261). Pero, estemos atentos. En su Comentario a la primera Carta de San Juan, asegura San Agustín que "los malos no pueden recibir el Espíritu Santo" (CCSJ 7,6).
Acción: Repetir la secuencia al Espíritu Santo que se recita en la misa de hoy antes de la proclamación del Evangelio.

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