Joven de 27 años, 'speaker', presentador y natural de Villoruela
No queda nada
No comprendo nada,
no entiendo nada,
no encuentro nada
similar a un cliché
de hace veinte años,
un tiempo de risas, llantos,
descalabros y cicatrices.
La vida tenía forma,
quizás una única forma,
una forma redonda,
todo giraba y rodaba
como la propia vida.
Un trozo de plástico
duro, inyectado de aire
nos inició a dar
los primeros golpes,
desafortunados tal vez,
en las paredes de casa,
recibiendo el primer golpe
de una zapatilla
que ningún pie habitaba.
Gran paso, el de cuatro
a dos circunferencias
ancladas a una férrea montura,
adrenalina pura,
rodillas despellejadas,
hasta el manejo de un manillar
con vida propia, domado
con el paso del pedaleo.
Como auténticos jinetes,
tras el toque de queda
en la escuela,
cabalgaban sobre las monturas,
casi todas heredadas
de antiguos jinetes,
por los infinitos caminos de tierra
hasta que la redonda y blanca linterna
anunciaba noche en el horizonte.
El redondo de una minúscula bola
de cristal o de hierro,
de color o transparente,
eternizaba las tardes
buscando el mínimo contacto
entre dos bolas "enemigas"
que pudiesen ser "compañeras"
en el final de la partida.
Todo o casi todo
giraba sin más preocupación
que la hora de regreso,
la que marcaba
el inicio de una tregua
hasta la batalla siguiente.
Ahora son recuerdos
en ruedas con polvo y barro
del último viaje,
el tesoro de las canicas
en una caja de hojalata
o la pelota de las tardes de gloria
en el campo,
cada marca,
cada cicatriz
es una mítica historia,
pero ya no queda nada
¿a dónde se fue la infancia?