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En busca de la Excelencia perdida. “El Cagalástimas”.
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Paz y Bien

En busca de la Excelencia perdida. “El Cagalástimas”.

Actualizado 02/06/2014

El colmo de la estupidez es aprender lo que luego hay que olvidar. Erasmo de Rotterdam

Tengo cuarenta y tres años, soy profesor de Historia en el Instituto público que está colaborando con ustedes?, y estoy con el alma en un hilo. Cada día más. Sospecho que el conserje se da cuenta porque al entrar por las mañanas me da un golpecito cómplice en la espalda y me dice:

-¡A por ellos, que son pocos y cobardes!

¡Miente! Y él lo sabe.

Son un puñado y no conocen el miedo. La impunidad se la garantizan sus "papases", sus "mamases" y las autoridades académicas con su cobarde e interesada bondad.

Subo los veinticinco escalones hasta el primer piso, me recuerdan la escalera "del Dante", y entro disimulando en la Sala de Profesores. Parece la sala de espera de un hospital del INSALUD. Con decir que he visto más entusiasmo en algunos entierros está todo dicho. Sólo desentonan los prejubilados de la mesa camilla. Con los años se les ha ido quedando una sonrisa bobalicona indescifrable. Hablan muy alto y se ríen continuamente. Nadie sabe de qué. Me siento en la silla del rincón a esperar. Sudo y aprieto la cartera de cuero. A ver que tal hoy. Cuando suena la campana me pongo en pie y cojo aire. Los primeros que salen son los santos inocentes de la mesa camilla. Se van riendo. El resto de los cristianos buscan algo en que entretenerse para no salir a la arena. La de Física y Química, que está a mi lado, rebusca en la cartera y se pregunta:

-¿A ver contra quién me toca??

De pronto alguien le echa valor y comienza el goteo:

-¡Vamos allá!

-¡Suerte!

-¡Qué sea lo que Dios quiera!

-¿Qué le vamos a hacer?

Aunque sólo hablan los más animosos. Los demás marchan en silencio con un nudo atravesado en la garganta. Salgo de los últimos y cojo una tiza cilíndrica como el que coge munición. ¡Ojalá Dios! ?pienso. Mis pies, insensibles a mi voluntad, me acercan al Aula diecinueve. Bueno, a la Jaula diecinueve porque los de la Junta han rotulado encima de las puertas de entrada de las clases; Aula nº tal, y los alumnos, mucho más realistas, han colocado delante una "J". Media clase está en el pasillo. Especialmente los veteranos. Algunos llevan tantos años en el Instituto que se habla de meterlos en nómina. Por supuesto no han oído el timbre. Entro en clase, hago un esfuerzo y saludo:

-¡Buenos días!

-¡Serán "pa" ti! ?me corrige uno.

Hago como que no lo he oído y subo a la tarima con mucho cuidado, que el pánico relaja los esfínteres y manda la sangre a los talones. Se me antoja el patíbulo. Me parapeto detrás de la cartera y echo un vistazo rápido. Al fondo, a la izquierda, dos se están dando el lote. No has visto nada, me dice el instinto de supervivencia. Van entrando a cuentagotas.

-¡Cierra la puerta! -me atrevo a decirle a una alumna que pasa en ese momento.

-¡No! que faltan -me responde como si le hubiese hecho algo.

En el alboroto que producen al derrumbarse sobre las sillas alguno ha debido molestar a una chica porque la perjudicada se revuelve y le grita:

-¡Cabrón! ¡Me cago en tu madre!

Él se calla. Menos mal. Seguro que era culpable, porque si no...

-¿Qué pasa? ?me arriesgo a preguntar en un tono paternal.

-¿A ti que te importa? -le oigo decir a la victima con el tono de voz lo suficientemente bajo para que yo lo oiga, pero que pueda disimular que no lo he oído. Es buena chica.

-¿Qué tal si sacamos el libro y el cuaderno? ?pregunto después de tomar aire.

-¡No jodas! ?replica uno del fondo.

Me hice el sordo. Tenía otras preocupaciones. Hoy tocaba explicar la revolución de mil ochocientos sesenta y ocho. Y aunque se les ve interesados y con ganas de aprender la Historia de nuestro país, no puedo olvidar cuando les hablé de Maroto en la primera guerra carlista. Y esta mañana iba a sacar del desván de la memoria a don Juan Bautista Topete. ¡Con la mala rima que tiene el vicealmirante!

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