Foto: Bueno Salinero
Me detuve, ante el monumento ambulante erigido al hombre y a los objetos chatarra en un costado de la calle de la Rúa: todo un amasijo de herrumbre y de denuncia, una metáfora de la degradación humana y una exaltación a la nostalgia; y llegué a la conclusión de que ese señor, además, de poner a la luz lo que pasa: un grito de lamento, también crea arte y se lo hace sentir al viandante despierto. Y, mientras me fijaba en cada detalle del revoltijo de objetos desfigurados y roñosos, me vino a la mente la exposición de Bueno Salinero, un artista salmantino, que presentó, hace un tiempo, en una galería de Madrid.
Escribí a raíz de la muestra, que había resultado todo un éxito artístico y de público, como corresponde a una obra preñada de originalidad y de carácter nostálgico. Salinero resucita y reconstruye el mundo de los objetos, que maniobramos los hombres y, ya en desuso, los echamos al vertedero o los dejamos abandonados a la vera del camino; y el tiempo los tiñe de óxido, los deforma y los desfigura. Jerónimo nos dice con su pintura que, a pesar de lo feo y desagradable de este montón de chatarra, todo él esconde un valor sociológico y psicológico con una huella simbólica, que se mantiene y revive en nuestra mente, y, por lo tanto, hay que plasmar y perpetuar en algo tangible, como documento de nuestra historia cotidiana. ". Y, él, para ser leal con la historia y consigo mismo, lo recrea en esa colección de doscientos dibujos, que nombra con el título de "Formas y objetos encontrados"; pero, en esta nueva etapa de madurez pictórica, que se enclava dentro del expresionismo abstracto, el autor traza y exhibe, en esta muestra, un trabajo inspirado en las imágenes, que impactaron su sensibilidad creativa en un viaje a las ruinas de Pompeya.
Para elaborar sus cuadros emplea toda su sabiduría técnica, echa mano del yeso, de colas, salpicaduras, raspaduras, fuego, tallas, colores imperceptibles, formas fugitivas? Todo un bagaje de elementos, en que apoya su espíritu intuitivo e inquietud personal de salvar a este mundo de la destrucción y de su propia aniquilación. Se trata de una obra en que el escepticismo puede ser vencido por un optimismo romántico y poético.
Me comentaba Salinero: "Me propuse indagar en el ámbito secreto y perturbador de los objetos desechados y olvidados, detritus carentes de funcionalidad. Rescatarlos del inevitable olvido, recuperar sus formas desdibujadas por las adherencias que el tiempo les procura y, en cierto modo, hacer de ellos una nueva entidad con capacidad de sugerencia. Esta suerte de reciclaje sentimental es, en definitiva, un intento de retener el misterio de las cosas que fueron tocadas, acariciadas e incluso deseadas, de rescatarlas del oscuro desván de la memoria, de hacer de la cotidianidad objeto de mística y reflexión".
Jerónimo sigue superando etapas en su concepción artística y lo va consiguiendo con firmeza y con una diversidad plena, conjugando la creatividad que emana de su profunda imaginación y estrujando la belleza y el sentimiento que entrañan hasta las cosas más insignificantes, y que impactan, al unísono, nuestra sensibilidad y nos invitan a la reflexión.
Y entre los objetos, que le han inspirado a Jerónimo para elaborar su serie de doscientos dibujos, se encuentran la lata de sardinas machacada y teñida de óxido, la abarca agobiada y agonizante de tanto trochar barbechos, el trozo de herradura que encontró en el camino, los dediles y la hoz gastados de acariciar tanta mies, de la sayaguesa, del barril del vino pintado de mugre y de uso, de la romana... de tantas cosas, que nos hablan de hambre, de trabajo, de sudores, de fatigas, de afanes, de sacrificios, de lucha, de necesidad, de llanto, de ilusión y de grandes frustraciones.
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