, 28 de abril de 2024
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El cargo
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El cargo

Actualizado 28/05/2014
Fernando Segovia

Antes se escuchaba (y no sé si se sigue diciendo todavía) que a cualquiera que le pongas una gorra de plato lo conviertes en autoritario y maleducado, así de repente. Lo mismo sucede con los distintos sentidos figurados que de aquella vieja gorra pueda haber en nuestra sociedad de hoy. Los cargos que suponen representación o gestión tienen para el portador ese halo que antes emanaba casi exclusivamente de la añeja gorra de plato. Y ejemplos y nombres a miles (más de hombres que de mujeres, que también las hay, pero son bastante menos en este caso).

Todos conocemos a alguien que ostente o haya ostentado cargo significativo y casi ninguno de cuantos haya conocido se ha comportado igual sin cargo que con él. Eso dice bastante del antedicho personaje en cuestión. De su categoría humana y su sentido del valor humano y la dignidad. Y así les oyes hablar tan ridículamente pronunciando los nombres de pila de los más altos cargos que tiene por encima de él. Los trata familiarmente, come o cena con ellos, cuenta sus chascarrillos y ya se considera su igual, en una esfera superior de quienes le escuchan y ponen cara de abobados al hacerlo. Y se reviste de una seguridad y reafirmación personal que antes ni se le suponía que tuviere. Aunque siga siendo inepto en lo suyo, cabronazo y malísimo compañero e inseguro en todo lo que haga. Pero no importa. Se disimula el asunto con el cargo. Y habla y mete la pata cuanto puede y tan feliz de haberse conocido (y a veces yerra hasta sin hablar, que ya es decir). En público y en privado. Y dan pena y grima muchas veces. Pero ahí está, en la cima, en la nube, sin explicarse siquiera cómo ha podido llegar. En plena obnubilación personal cercana a la absoluta ceguera.

Algunos los he visto bajar o ser bajados del montículo de oropel y es lastimoso verlos. Otros, los menos, han asumido antes y después su humana condición y real valía, y se han apeado con toda naturalidad del cargo. Pero son los menos, como digo. Lo normal es lo contrario. Seguir persuadidos que son alguien, que siguen con prebendas aunque ya no las tengan, y que sigan pensando que el mundo no funciona sin ellos. Y, claro, vergonzoso verlos.

Mientras tanto, resulta muy reconfortante ver un político apeado, un catedrático jubilado, expresidente de lo que sea (hasta de la comunidad de vecinos o del barrio) un antiguo director de algo, un exrector, o ex de cualquiera de los cargos que ustedes y yo imaginamos con la bolsa de la compra de la mano en la cola del supermercado, con total naturalidad. Pues créame que, aunque pareciese rarísimo caso, alguno hay. Sí señor. Que yo lo he visto.

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